Robar mucho y devolver poquito. Por Carlos Bolívar Bonilla*

En Colombia ha hecho carrera un truco perverso de los corruptos que esquilman el tesoro público: robar mucho dinero

En Colombia ha hecho carrera un truco perverso de los corruptos que esquilman el tesoro público: robar mucho dinero y, si acaso, devolver poco. Luego algunos se preguntan por qué muchos jóvenes no quieren estudiar y más bien se dedican a rebuscarse la plata fácil. Un ejemplo escandaloso de lo que digo está registrado en los principales diarios del país, “el doctor” Julio Gómez, contratista comprometido con los Nule en el robo a Bogotá acaba de ser condenado a cinco años de prisión, a pagar una multa de 68 millones de pesos y a devolver al IDU otros 297 millones. Pero el distinguido “doctor”, según los organismos de control que conocen el caso, ¡se robó 290.000 millones! No está nada mal el ejemplo para los millones de colombianos que se parten el alma trabajando de sol a sol por un salario mínimo. Ni para los niños y jóvenes de los sectores sociales deprimidos que podrían inspirarse en estos modelos de actuación y de justicia, para “ser alguien en la vida”. En este caso no sólo las cuantías de la multa y lo devuelto son ínfimas, en comparación con lo que se considera robado, sino que, pese a la condena, el personaje todavía está en libertad. ¿Qué más se puede pedir? Julio Gómez, desde luego, no el es único en esta situación, la lista es larga. Los corruptos, grandes y chicos, acuden con frecuencia a este truco, aprovechando esguinces de la justicia que no aplican para los de ruana. Muchos colombianos y colombianas del común son encarcelados por mayores periodos de tiempo, ante delitos menos graves y hasta comprensibles por sus contextos de pobreza y falta de educación. Además, la permanencia en la prisión, si es que los corruptos de cuello blanco permanecen allí, también se da en condiciones bastante diferentes pues, como hemos visto, los “doctores” llegan a tener hasta cocinero privado y tecnologías avanzadas de entretenimiento. La percepción de impunidad, injusticia y discriminación social que promueve en el ciudadano medio un caso como el de Julio Gómez, genera un grave impacto negativo en la subjetividad de quienes no comprenden por qué, al vivir de modo honesto, no logran superar sus angustias económicas. Entonces, la frustración, el resentimiento y la pérdida de credibilidad en las instituciones básicas configuran un terreno abonado contra la cohesión social; para más violencia y delincuencia que los adinerados y gobernantes pretenden resolver no con la justicia social requerida, sino con más cárceles. Que difícil la tenemos los educadores enseñando a los jóvenes a vivir honestamente, en un país con los más altos índices de injusticia y desigualdad. *Docente Usco-Crecer

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