La situación del país es cada día más preocupante, no sólo por la creciente violencia, los problemas económicos actuales y la incertidumbre que se vive, sino por el ruido al que nos vemos sometidos constantemente generado desde la Casa de Nariño, y en aumento.
Nada más desesperante que un ruido incesante, permanente y desconcertante. Es un sonido no deseado o molesto, que altera la salud y afecta la tranquilidad, es caótico, invasivo y desgastante. Es lo que está pasando con el discurso (pendenciero) constante de nuestro presidente. Se ha convertido en ruido y, lejos de generar claridad o calma, alimenta un clima de tensión e incertidumbre. Las declaraciones intempestivas, contradictorias y, en muchos casos polémicas, generan confusión, perturban el orden y desgastan la confianza. En lugar de construir consensos o fomentar un debate reflexivo lanza ecos de discordia que resuenan en todos los rincones del país y del mundo.
Sus trinos constantes sobre temas como la reforma agraria, la economía, la paz total y el cambio climático, aunque importantes, suelen estar cargados de dramatismo y confrontación. Este estilo comunicativo, que algunos interpretan como un intento de movilizar a las bases populares, se ha convertido en un arma de doble filo. En lugar de liderar un coro armonioso de propuestas claras y viables parece dirigir una cacofonía donde las palabras son más ruido que sustancia. Pero, además de molesto es dañino. Las profundas heridas sociales y económicas pueden ahondarse en medio de un liderazgo que en su narrativa genera más división y caos.
Pensemos en contraste con el efecto de una melodía suave y armoniosa, de una buena composición con el poder de calmar, inspirar y unir. Así debería ser la comunicación del gobierno. Un concierto melodioso de decisiones prudentes, palabras reflexivas y acciones coherentes que generaran confianza y tranquilidad.
El momento que estamos viviendo, de divisiones y radicalizaciones, requiere de un ‘liderazgo’ que entienda el valor del tacto y la prudencia. Que no polarice, que construya. Uno que, con su discurso, como una buena melodía, sea capaz de transformar el ánimo de quien la escucha en esperanza e ilusión.
Ojalá el presidente Petro recapacite, ajuste su tono y cambie el ruido por música y recuerde que la historia nos enseña que los verdaderos estadistas son aquellos que, como los grandes compositores, saben convertir el caos en armonía y el ruido en una melodía que mejore el futuro de su pueblo.