De conocimientos y sabidurías está poblada la novela, “Tizones de Viernes Santo”, escrita por Fernando Calderón España. Labor del abuelo Emigdio, a quien el autor concede la palabra para narrar vicisitudes llenas de información social y reflexiones sabias. Quien utiliza tres personajes principales: Pastor, colombiano de origen español; Lucía, compañera de origen indígena, y Pastorcito, hijo; recorre parte de la Colombia social del siglo XX.
Narra una leyenda popular, edificada sobre la imagen de una montaña regional, origen del título. Discurre con lenguaje limpio, correcto, sin artilugios literarios; únicamente con el compromiso de hilvanar el relato con pulcritud lingüística para todo público. Grandeza de lo simple.
Se proyecta de abajo hacia arriba, desde sectores sociales excluidos a los incluidos, desde la periferia hacia el centro. Sus personajes develan situaciones sociales de la historia colombiana: abandono de la periferia, advenimiento de la educación universitaria, derecho al voto femenino, diferencias entre elites terratenientes y clases populares, enriquecimiento de las minorías y apabullante empobrecimiento de las mayorías por cuenta de políticos liberales y conservadores. La gran tragedia social de Colombia.
A la pobreza, la considera: “… espectro de luz y sombra: nadie puede verla desde adentro en la penumbra ni desde afuera porque enceguece a quien la observa.” Puntualiza su deshumanización: “Con los años, la pobreza se transformó en estadística”. Sin proponérselo, ilustra el dificultoso paso de la sólida premodernidad colombiana a su maltrecha modernidad nacional.
Mejor aún, una lectura atenta descubre la maravilla de un abuelo sabio. Su personaje principal, Pastor, prefería, aún en Semana Santa, la introspección en vez del arrepentimiento. Quizás, la primera le aclaraba la intimidad humana; la segunda, se la oscurecía más.
Al ser humano, según él, lo transporta una necesidad de intenciones, una permanente exploración de sí mismo. “Esa intención lo lleva a buscar la razón de ser desde lo ignorado hasta lo sabido”. Justo, la apertura vital a dimensiones trascendentales, emocionales y místicas. Al espíritu sagrado del mundo, digo yo.
Sabiduría literaria, humanización a través del texto literario. Tal vez, tanto el abuelo Emigdio como el autor sabían la importancia de narrar leyendas para despejar tinieblas en el corazón de cada persona. Poderosa aventura para resolver esta misteriosa ecuación llamada ser humano.
Razón para Isabel Allende en su novela “La casa de los espíritus” cuando afirmaba: “Los abuelos son los que nos enseñan a vivir y a morir con dignidad.”. Solo el conocimiento sabio nos libera de las etiquetas mortales, nos proporciona claves para vivir sabiamente como seres humanos. El relato del abuelo Emigdio es un buen ejemplo.