Benhur Sánchez
Ser escritor en nestro país es bien desalentador. Se deduce por los bajos índices de lectura que aquejan a nuestra sociedad, por la precaria venta de los libros publicados, por la indiferencia con que el Estado mira al artista y la obra de los escritores, por el apego a otras culturas o por darle más importancia a los autores de otras latitudes, como si lo escrito por los nuestros no valiera la pena.
También por la ausencia de una capacidad de identificación que impulse al ciudadano a explorar en los libros su pasado, su presente y su futuro.
Por la capacidad de olvido, que más que posibilidad de avance para ser mejores es una estrategia de la ignorancia y del sometimiento.
Por la escasez de librerías en la mayor parte del territorio nacional, situación que se constituye en un obstáculo para la difusión del libro y el conocimiento de sus autores.
Por el manejo de los estímulos a la creación en las diferentes regiones en que se divide la nación.
Por la medianía de la educación en Colombia, que no es un goce para informar, formar y educar en valores humanísticos sino una insoportable acumulación de datos, muchos de ellos inservibles para la vida.
Por la ausencia de crítica que oriente al lector hacia la producción literaria nacional, la ausencia de análisis constructivos para formar lectores y no la primacía de los círculos amigueros, donde se establecen nichos de insoportables privilegios.
Si, es bien difícil ser escritor en Colombia. Claro que son aspectos extra literarios, inherentes al oficio, pero no parte constitutiva del acto de crear. Porque la obligación del escritor, ya se ha dicho diversidad de veces, no es el acto social sino el profundo compromiso con la escritura. No es la vanidad sino la calidad de la obra.
Eso sería posible en una sociedad lectora, no banalizada por la moda ni por la necesidad económica de los emporios editoriales, sino deseosa de conocimiento, respetuosa de sus autores y comprometida con el arte.
Estamos lejos de eso, es la verdad. El arte no progresa sino hay posibilidad de confrontación entre la obra y su potencial receptor. Y menos si este carece de formación para discernir y escoger libremente su cena intelectual.
Así que llegamos a la conclusión desalentadora de que estamos solos frente al mundo. Es el espejo de la realidad del país, que pierde cada día porciones importantes de su naturaleza, de su riqueza humana, de su cultura tan particular. Es su falta de compromiso.
Aun así, vamos a seguir escribiendo porque esa es nuestra naturaleza, y es el oficio que asumimos con responsabilidad, entrega y compromiso. Seguimos en la brega.
Y no creo que nada nos vaya a detener.