Señor, caminar contigo me da felicidad

«El mismo día de la resurrección, iban dos discípulos a un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús se acercó y comenzó a caminar con ellos. Pero sus ojos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: «¿De qué venís hablando por el camino?» Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?» Él les preguntó: «¿Qué ha pasado?» Ellos le respondieron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y ya ves, hace tres días que sucedió esto. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y vinieron contando que habían visto unos ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres; pero a Él no le vieron». Entonces Jesús les dijo: « ¡Qué insensatos y duros de corazón sois para creer lo anunciado por los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» (Lucas 24,13-35).

Padre Elcías Trujillo Núñez

El mismo día de la resurrección Jesús se aparece al grupo de los discípulos, como lo había hecho con María Magdalena. El miedo les invade, pero también la alegría que les provoca la presencia de Jesús vivo.

Tras el saludo los envía como mensajeros suyos cuando les confía su Espíritu para perdonar los pecados o retenerlos. Tomás estaba ausente y el grupo le anuncia “hemos visto al Señor”. No cree el testimonio que le dan de Jesús resucitado y pone sus propias condiciones para creer. En el saludo de Jesús encontramos la presencia de Dios invisible, presente por medio de Jesús en la nueva asamblea. Es la presencia del Pastor que no abandona su rebaño, no los deja huérfanos y les comunica su paz, con la cual se disipa el miedo.

Además del saludo les muestra las llagas, manos y costado, su identificación con el Calvario, la cruz, para los que no le acompañaron en su Pasión, con lo cual actualiza el sentido salvífico de su victoria. Esas llagas lo identifican con la muerte en la cruz y resurrección, pero ahora en pie, es la confirmación que Dios ha cambiado la sentencia de los hombres, autoridades religiosas y políticas, que lo condenaron a morir por ser un malhechor y blasfemo, por haberse declarado hijo de Dios.

Glorificado por el Padre en su resurrección, ahora Jesús puede enviar mensajeros, recrea la vida de los suyos con un gesto, soplar sobre ellos, para comunicarles su Espíritu Santo. Es el soplo del Señor, su aliento de vida con el fin de perdonar o retener los pecados, admitir o excluir de la comunidad. Ochos días más tarde, Jesús vuelve a la comunidad reunida, ahora si se encuentra Tomas y el Resucitado accede a las peticiones del discípulo, quiere confirmar que el que tiene en frente es el mismo que fue Crucificado. Ahora ante el muerto, traspasado y Resucitado hace su famosa confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”.

Solo Jesús es Señor y Dios, así lo proclama la comunidad cristiana, ahora corresponde proclamarlo a todos los hombres para que crean. Ver y creer, son camino de fe, creer sin haber visto, nos hace dichosos, porque nos asegura la perenne acción del Espíritu Santo en nuestras vidas que nos anima y sostiene en el camino de la vida nueva de resucitados. Tomás quiere comprobar la resurrección, antes de creer. Le debió bastar la fe de la comunidad, de la Iglesia, ahí se aprende a creer y amar este misterio de vida y salvación. Estoy llamado a creer para ver, y esto solo lo logro acercándome a las llagas de Jesús en la cruz.

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