Ser Buen Pastor no es fábula

«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; no como el asalariado que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Este, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa. El asalariado se porta así, porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas. Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas. Pero tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebaño único, bajo la guía de un solo pastor. El Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien la doy por mi propia voluntad. Yo tengo poder para darla y para recuperarla de nuevo. Esta es la misión que debo cumplir por encargo de mi Padre.»  (Juan 10,11-18).

Padre Elcías Trujillo Núñez

Celebramos hoy el domingo del Buen Pastor. Esta figura que tiene relación con las ovejas, la sintetizamos con el verbo cuidar. Esto quiere decir que hay una estrecha relación muy estrecha que une al pastor con la oveja, hasta dar la vida por salvarla. Para los primeros creyentes, Jesús no es sólo un pastor, sino el verdadero y auténtico pastor. El único líder capaz de orientar y dar verdadera vida a los hombres.

Esta fe en Jesús como el verdadero pastor y guía del hombre adquiere una actualidad nueva en una sociedad masificada como la nuestra, donde la persona corre el riesgo de perder su propia identidad y quedar aturdida ante tantas voces y reclamos. La publicidad y los medios de comunicación social imponen al individuo no solo la prenda que debe vestir, o la canción que debe tararear. Se nos impone también los hábitos, las costumbres, las ideas, los valores, el estilo de vida y la conducta que debemos tener. Muchas personas no actúan por propia iniciativa. Hombres y mujeres que buscan su pequeña felicidad, esforzándose por tener aquellos objetos, ideas y conductas que se les dicta desde fuera. No es fácil ser libre ante tanta presión.

Inconscientemente podemos ir perdiendo la propia personalidad sustituyéndola por otra personalidad estándar. Expuestos a tantas llamadas y presiones, se corre el riesgo de no escuchar ya la voz de la propia interioridad. Es triste ver a las personas esforzándose por vivir un estilo de vida “impuesto” desde fuera, que simboliza para ellos el bienestar y la verdadera felicidad. Los cristianos creemos que sólo Jesús puede ser guía definitivo del hombre. Sólo desde él podemos aprender a vivir. Precisamente, el cristiano es un hombre que desde Jesús va descubriendo día a día cuál es la manera más humana de vivir. Seguir a Jesús como Buen Pastor es asumir las actitudes fundamentales que él vivió, y esforzarnos por vivirlas hoy desde nuestra propia originalidad, prosiguiendo la tarea de construir el reino de Dios que Él comenzó.  Para Cristo pastorear a las ovejas no es mandar sobre ellas, dominarlas, indicarles el camino, castigarlas si se desvían del camino.

Ser Buen Pastor al estilo de Cristo es, naturalmente, amar a las ovejas. Y evidentemente, para amarlas, hay que conocerlas. Y aquí quisiera que pensáramos un poco.  En nuestras familias, en nuestras comunidades cristianas, en los lugares de trabajo ¿nos conocemos? ¿Nos conocen bien nuestros padres, nuestros coordinadores, nuestros jefes, nuestros gobernantes? ¿Saben cómo nos llamamos, cuáles son nuestros gustos, nuestras inquietudes, nuestros problemas, nuestros deseos, nuestras aspiraciones? ¿Conocen nuestros pastores el entorno en el que nos movemos, el estilo de vida que llevamos, el enfoque que damos a los problemas que se van planteando?

Si el pastor no conoce a sus ovejas, difícilmente podrá amarlas, difícilmente podrá responder a las exigencias que plantean. No se puede amar lo que no se conoce. Como muchos cristianos no formamos comunidad, no nos conocemos. Tal vez por eso no nos amamos. Algo habrá que pensar para resolver este problema.

Quizás hoy, ante la imagen del buen pastor que se dejó destrozar por sus ovejas, los cristianos podríamos pensar seriamente en la necesidad de aceptar lo que de buen pastor deberíamos tener todos; deberíamos pensar lo que supone en la práctica diaria el hecho de habernos comprometido a seguir los pasos de aquél que no retrocedió, por amor a los hombres, ante ninguna dificultad, ante ningún temor, ante ningún riesgo. Le fue mal, por supuesto. Dejó en el camino el prestigio, la comodidad y la vida. Todo esto le costó buscar el pasto que las ovejas necesitaban y conseguirlo en abundancia para todas ellas.

Ser Buen Pastor no es una fábula “pastoril”. Es una realidad dura y comprometida que nos interroga hoy a todos los cristianos y a cada cual según su puesto en el rebaño.

Nota: Feliz día del Buen Pastor.

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