Ser testigo es anunciar

«En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquél de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Y lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.» (Juan 1,29-34)

Padre Elcías Trujillo Núñez

Si no somos testigos del Dios de Jesús, el Dios de Jesús permanece oculto e inaccesible para los hombres de hoy. La única razón de ser de una comunidad cristiana es dar testimonio de Jesucristo. Y hemos de dar este testimonio en un mundo en el que Dios y todo lo religioso sufren un proceso condenatorio. Hacer partícipes a los demás de los bienes, de las experiencias, de las oportunidades es una exigencia obvia y primera del amor. Si he dado con un médico capaz de aliviarme, de curarme no puedo menos de pasar la noticia a toda prisa a mis amigos enfermos. Lo contrario sería una traición. Si ha habido un apagón en el sector donde vivo y yo tuviera una provisión de velas y no repartiera mi luz a los demás, sería un vecino execrable al que no le importa la suerte de los demás. Si de verdad me siento curado y salvado por Jesús y callo mi fe y mi experiencia religiosa ante quienes la necesitan, no tengo perdón de Dios. “Vosotros sois la luz del mundo”. Si creo que tengo la luz de la fe en Jesús y, sin embargo, me la guardo para mí, sin preocuparme de si los demás ven o no ven, creen o no creen, entonces lo que tengo no es fe. La fe que no evangeliza, que no contagia, que no se difunde, no es fe, será cualquier otra cosa, pero no es fe. Paul Claudel que tanto tiempo estuvo sumido en las tinieblas “por el silencio culpable de los cristianos que le rodeaban” interpelaba fogosamente: ¿Qué habéis hecho de la Luz, hijos de la Luz? Tenía toda la razón del mundo.

Si entiendo mi vida cristiana, mi fe en Jesús, mi experiencia religiosa como la mejor manera de vivir la vida humana, como un tesoro ¿cómo puedo callármelo y dejar a los demás en la miseria? ¿Cómo puedo decir que les quiero si no comparto con ellos la riqueza más grande de mi vida? Al hombre moderno no le interesan los maestros, busca y sigue a los testigos, y en este sentido podemos decir que el testimonio de muchos cristianos puede atraer o puede alejar de Dios… Me impresionó mucho en mis primeros años de sacerdote el símil de aquel gigantón de alma y cuerpo, que fue el Padre Lombardi. Decía él con su lenguaje tan plástico: “Se reúnen unas cuantas vecinas para recibir clases de labores.

Después de un tiempo deciden reunirse para compartir una cena. Aquella cena es el comienzo de una gran amistad. Los cristianos compartimos todos los domingos, el cuerpo y la sangre de Jesús, y seguimos tan alejados los unos de los otros como si nunca hubiéramos comido juntos. Esta es la realidad, muchos cristianos que celebramos la Eucaristía no somos testimonio de fraternidad. Como recuerdo avergonzado. Estaba yo recién ordenado de sacerdote. Acababa de celebrar la Eucaristía en el templo de San Antonio en Pitalito, todavía seguía la mayoría de la gente en el templo y me vienen a avisar: “A una señora mayor le ha dado un ataque y creemos que está muerta”. Llamamos inmediatamente al médico… Pregunté por su identificación, su nombre, su familia, su domicilio… ¡Nadie sabía nada de aquella señora que desde hacía tiempo participaba en aquella Eucaristía! He aquí una estridente contradicción con lo que acabábamos de celebrar: ¡un banquete fraterno celebrado por personas que se ignoran sistemáticamente! ¡Resultan altamente sospechosas las Misas, de tantas personas que, a pesar de celebrar juntos durante años y años el sacramento de la fraternidad siguen tan alejados los unos de los otros! ¿Con qué sentido la celebran? ¿Cómo una devoción particular? Pero es que no es eso… Por eso, quizá también se nos puede aplicar aquella constatación que hacía Pablo: “Por eso hay entre nosotros tantos enfermos”. Por eso hay entre nosotros tantos cristianos que no ejercen como cristianos.

Tal vez una de las tragedias de nuestro mundo sea el de no contar con “testigos vivos” de Dios. La figura del Bautista, verdadero testigo de Jesucristo, nos obliga a hacernos una pregunta: Mi vida, ¿ayuda a alguien a creer en Dios o más bien le aleja de Él?

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