Siempre es posible la esperanza

«En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.  Jesús les dijo: -Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.  Ellos le preguntaron: -Maestro, ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?  Él contestó: -«Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca99; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: – «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.» (Lucas 21,5-19)

Padre Elcías Trujillo Núñez

Para cualquier judío, el Templo era el compendio de su fe, quizá la razón más clara de la alianza entre su pueblo y el Dios de sus padres. El Templo de Jerusalén era para un judío la seguridad. Mientras el Templo estuviera allí, el judío sabía cómo tenía que vivir.

El Evangelio de hoy nos habla de la venida de Jesucristo al fin de los tiempos. Nos indica los signos precursores: guerras, revoluciones, terremotos y epidemias. Además, anuncia las persecuciones de los fieles cristianos. Pero Jesús también promete su protección y salvación en medio de la tribulación. Sólo exige de nosotros perseverancia, constancia y fidelidad. Jesús, en el Evangelio, nos da a entender que su última venida no es tan inminente. Por eso no tenemos ningún motivo para vivir en la ociosidad, aguardando pasivamente el fin de los tiempos. Esta era la actitud de numerosos cristianos en Tesalónica. Engañados por una falsa espera de la llegada de Cristo, se entregan a vanas discusiones, rechazando trabajar. Por eso, San Pablo los invita una vez más a tomar conciencia del valor del trabajo. Porque la caridad cristiana no puede favorecer la pereza. ¡Qué cada uno coma del fruto de su trabajo! La dignidad del hombre exige no ser carga para nadie. El mismo apóstol San Pablo nos da el ejemplo en esto. También Jesús tiene esta misma actitud de San Pablo frente al trabajo. Durante la mayor parte de su vida trabajo con sus manos. Y cuando tuvo 30 años comenzó a predicar el Evangelio del Reino y dedicó todas fuerzas a esta gran tarea. Los hijos de Dios aportan su colaboración en la construcción del Reino, cumpliendo con fidelidad su tarea y misión personal. Porque mediante el trabajo humano logramos dominar el mundo. El cristiano está en condiciones de trabajar por la verdadera humanización de la tierra y por la transformación de las relaciones entre los hombres. Cristo nos ha hecho capaces de transformar el mundo, poco a poco, hasta convertirlo en un lugar donde habite la justicia y donde los hombres se amen unos a otros.

El fin del mundo es, por eso, para nosotros, los cristianos, una esperanza. El fin de los tiempos no debe ser una catástrofe, sino una realización. Dios no quiere aniquilar este mundo, que tanto ha amado, sino que quiere construirlo y perfeccionarlo con nuestra ayuda. Depende también de nuestro esfuerzo que la parusía sea una catástrofe o bien una culminación. No conocemos la fecha del fin de los tiempos, pero el Evangelio nos indica signos de la parusía. El fin sería, entonces, una manifestación gloriosa y universal de Jesucristo. Esta perspectiva entusiasmaba a los primeros cristianos. Ellos deseaban ser apóstoles para apresurar la evangelización del mundo, y con ella el retorno de su Señor. Esta esperanza lanzaba a San Pablo por todos los caminos del Imperio Romano. Nuestra esperanza, nuestra inquietud debería ser la misma: el fin, la perfección del mundo tiene que ser obra nuestra. Nosotros somos los responsables de su salvación. La venida final de Cristo depende de nosotros.

Él no volverá hasta que esta misión nuestra – humanizar, transformar y evangelizar el mundo – sea cumplida, hasta que estén reunidos todos los elegidos de los cuatro ángulos de la tierra.

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