Sin armas

No tiene ningún sentido avanzar en las conversaciones y negociaciones de paz con las Farc en La Habana, si este grupo insiste en plantear condiciones y estados imposibles. Y, fundamentalmente, es absurdo seguir planteando que la dejación de las armas, la consiguiente desmovilización y el regreso a la vida civil no es uno de los puntos que la guerrilla esté dispuesta a aceptar. Como lo ha reclamado el presidente Santos, las Farc deben avanzar sobre los puntos acordados, jugar limpio, no comenzar a pedir lo imposible, no pedir cosas que nadie les va a conceder, cosas que no están en los acuerdos. Y uno de esos imposibles es mantener las armas, a la vista o escondidas, mientras pueden participar de la vida democrática del país.

No hay dudas de que se trata de un proceso de negociación complejo, difícil, oscuro en muchas ocasiones, repleto de enemigos visibles e invisibles, muchas piedras en el camino y un entorno político enrevesado. Pero se ha adelantado a sabiendas de todo, de que la paz – aunque suene increíble – tiene muchos opositores. Dice el presidente Santos que lo ha hecho bajo una reflexión: “cómo me juzgaría la historia si teniendo unas condiciones como las que tenemos hoy para hacer la paz no hubiera dado ese paso, no hubiera asumido ese riesgo”. Y ha reiterado que solo habrá cese del fuego hasta cuando se logren los acuerdos en Cuba, argumentando que el cese al fuego lo único que hace es prolongar el conflicto, y lo que el país debe es acabar con el conflicto.

Por ello no es posible aceptar bajo ningún punto de vista que las Farc insistan en hablar de no entregar las armas, cuando el elemento central de la discusión es cómo un grupo alzado violentamente contra el Estado deja de serlo, se somete a las reglas de la civilidad y la democracia, se quita el uniforme ilegal, entrega los fusiles y las pistolas y sale a las calles como cualquier otro ciudadano. Y sus nuevas armas serán la palabra, la acción pacífica, los debates con argumentos serios, y se someterán a una sociedad que ya tiene un estado jurídico establecido bajo el cual nos movemos el resto de los colombianos. Cambiar balas por votos, exponerse a los juicios de la ciudadanía y aceptar los veredictos de la opinión pública.

En esas estamos. Pero es claro que la paciencia del pueblo colombiano no es ilimitada y no aceptará condicionamientos absurdos. La paz se hace, pero con seriedad, respetando la palabra comprometida, aceptando que no tienen derecho a exigir tanto como lo pretenden y que, en últimas, será la misma voluntad ciudadana la que refrende los acuerdos. La palabra del pueblo será la última. Y la valedera.

“Y uno de esos imposibles es mantener las armas, a la vista o escondidas, mientras pueden participar de la vida democrática del país”.

Editorialito

Los robos y asaltos a mano armada siguen vivos en medio de las fiestas. Todos debemos estar alertas. Además de pie de fuerza hay que fortalecer la inteligencia. Pero no hay que dar papaya. 

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