Es frustrante enfrentarse a ciudadanos que intentan ser políticamente activos pero sucumben a la tentación de hacer un análisis político descontextualizado Es frustrante enfrentarse a ciudadanos que intentan ser políticamente activos pero sucumben a la tentación de hacer un análisis político descontextualizado, ahistórico, maniqueo, sin perspectiva comparada y oportunista. Tienden a relacionar todo lo que ocurre en este país con Santos y Uribe. Las discusiones sobre lo democrático que pueda ser el sistema político colombiano terminan, en el imaginario público, asumiendo como verdaderas opiniones que remiten a describir nuestro sistema como lo que denominan ‘corruptocracia’, ‘una falsa democracia’ o una ‘democracia inútil’. Hacer un análisis de los avances logrados por el país requiere conocer nuestra historia y la de países similares. Cualquiera que haya vivido durante el Frente Nacional, cualquier militante de la extinta Unión Patriótica o cualquiera que haya sentido miedo durante los últimos años de la década de los 80 a causa del narcoterrorismo, debería reconocer, aún sin ser analista político, que este país ha cambiado para bien en los últimos cuatro lustros. La Colombia de los 80, administrada con un contrato suscrito en 1886, era una nación temerosa, que desconfiaba de sí misma, con una institucionalidad acorralada, aislada económicamente y con una ciudadanía que no podía expresar libremente sus opiniones y que entendía que la única manera de hacer oposición política era mediante las balas. Hoy el panorama es afortunadamente diferente en varios sentidos. Colombia se insertó al ciclo de la economía global. La participación política dejó de ser un privilegio de las élites; se consagraron nuevas formas de deliberación ciudadana; la tutela permitió a los ciudadanos reclamar al Estado el cumplimiento de sus obligaciones; el Ejecutivo dejó de ser tan desproporcionadamente poderoso frente a los jueces y los legisladores y la Fiscalía surgió como el soporte de un aparato judicial paquidérmico. Si bien nuestra democracia sigue siendo perfectible, en parte por la incapacidad ciudadana de ejercerla adecuadamente y de manera efectiva, desconocer el salto cualitativo que dio Colombia en las últimas dos décadas como consecuencia la Constitución de 1991, es un acto de atrevida ceguera y de desconocimiento vulgar de la historia nacional e internacional. Quien no ha visto reprimidas sus libertades políticas, no las aprecia cuando las puede ejercer libremente.