Una queja constante de profesores universitarios de pregrado y postgrado se refiere a la dificultad de sus estudiantes para elaborar ensayos. A fin de contribuir a comprender sus características estructurales y facilitar su escritura dedicamos esta columna al tema en mención.
Dentro de la escritura científica hay un caso especial, que es hibridación de ciencia y poesía. Estamos hablando del ensayo. El filósofo y teórico de la estética Georg Lukacs se referirá a él en una carta a Leo Popper que se publica en su libro El Alma y las Formas, con las siguientes palabras: “Este género saca a la ciencia de su “excesivo formalismo” y pone la lógica al alcance del arte”, subrayando así el carácter híbrido del ensayo y la alta exigencia que demanda su escritura. En este sentido se conjugan en él la función ideológica y la función poética.
En la función ideológica, entendida aquí como concepción de la realidad desde una perspectiva individual, prima la disertación argumentativa, la exposición de razones para sustentar una tesis, una lógica transición de las pruebas y las razones a las conclusiones que las sustentan. Hay el afán de probar, de sacar en claro, incluso de impugnar la opinión ajena para hacer valer la propia. Se trata de convencer, de ganar al lector para que concuerde con el juicio del ensayista. Es escenario de reflexión, nacida de la duda y la sospecha, es ariete que cuestiona y pone todo en tela de juicio.
La función poética se manifiesta en la voluntad de estilo del ensayista, quien es cautivado por la plasticidad del lenguaje escogido de forma libre por su imaginación y expresado en metáforas, imágenes, giros aforísticos y yuxtaposición de ideas. Es lo que da valor poético a su escritura. Es poesía del intelecto.
El escritor renacentista francés Miguel de Montaigne inventó el término “ensayo” en 1580, cuando publicó sus famosos Essais. Lo definió allí como el espacio del juicio individual: “Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos ensayos…”. En 1597 se publicaron los primeros ensayos de Francis Bacon.
Con Montaigne y Bacon se sienta la base fundacional de lo que será su característica más peculiar: el ensayo es inseparable del ensayista. Se prefiguró así el futuro individualista del género. El propio Montaigne, de nuevo en sus Essais, lo manifestó: “Los autores se comunican con el mundo en extrañas y peculiares formas; yo soy el primero en hacerlo con todo mi ser, como Miguel de Montaigne, no como gramático o como poeta, o como jurisconsulto”.
Un ensayo deberá ser original, único, muy personal y su título habrá de ser impactante o muy sugerente para llamar de manera poderosa la atención del lector. Ideal sería que su título connotara con fuerza su contenido y la intención del ensayista.
El ensayo, que puede tratar sobre cualquier tema, no tiene una organización rígida, pues su naturaleza es libre y subjetiva. Sin embargo, en líneas generales, puede decirse que se aprecian en él tres partes definidas: primero, la presentación de una tesis, lo que se hace en forma llamativa para capturar la atención del lector, al igual que en el artículo periodístico o en el cuento. Después, el desarrollo o sustentación argumentativa de la tesis. Por último, la conclusión o cierre, que deberá ser impactante para ganar la credibilidad del lector.
No hay un acuerdo unánime en cuanto a la extensión del ensayo. Algunos teóricos, Fernando Vásquez por ejemplo, hablan de ensayo breve, de un número reducido de páginas, tres, hasta un máximo de diez, pero admiten la posibilidad de ensayos extensos, a los cuales sugieren dividir utilizando subtítulos u otro tipo de procedimientos.
El ensayo, sea breve o extenso, puede avanzar en su desarrollo utilizando, además de la argumentación, la intuición. Tampoco puede abarcar todo el universo temático del que se ocupe, pero uno de excelente factura será como una mirada intensa y en profundidad a lo esencial de la realidad a la que se refiera.
El ensayo es ágil: como no se requiere evidenciar el proceso de investigación seguido por el autor, no es necesario subdividir detalladamente el escrito; como no se lee para conocer datos, sino implicaciones de estos, se eliminan las notas al pie de página; como valen más las ideas que sus representaciones, se prescinde de fórmulas, cuadros y gráficos.
El ensayo, a diferencia del TRATADO, no posee una estructura definida o compartimentada en apartados o lecciones y se considera distinta a él también por su voluntad artística de estilo y su subjetividad, ya que no pretende sólo informar, sino persuadir y convencer. En contraste con el ESTUDIO o MONOGRAFÍA resulta asistemático y no recurre a referencias o notas de pie de página.
Por último: no debe exigirse a estudiantes de bachillerato la elaboración de ensayos, pues no tienen aún la madurez intelectual necesaria para producirlos. A lo sumo se pueden presentar en clase sus características teóricas y analizar algunos ensayos breves y sencillos a manera de ilustración.