El pasado viernes 8 de mayo el mundo celebró el fin de la Segunda Guerra Mundial cuando en 1945, hace setenta años, los Aliados (EU, Unión Soviética, Francia e Inglaterra) vencieron a la Alemania nazi dirigida por Hitler, previa victoria sobre el fascismo italiano comandado por Mussolini. En agosto del mismo año se rindió la tercera potencia de la coalición nazi-fascista, el Japón del emperador Hirohito.
El fascismo y el nazismo, dos caras de una misma moneda, corresponden a la etapa más oscura y trágica de toda la historia de la humanidad. Se caracterizó por ser la expresión de la crueldad absoluta a la que puede llegar el ser humano enceguecido por su afán de dominio en lo político y en lo económico, del ataque y desconocimiento más brutal de los Derechos Humanos, de la maldad sin límites orientada a exterminar la esencia misma de lo humano y expresión también de la llamada cultura de la muerte en su más cruda acepción.
El fascismo, en síntesis, caracteriza de manera exacta a la extrema derecha. En este sentido el pensador búlgaro Jorge Dimitrov lo definió como la dictadura terrorista más descarada de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero. Y la filósofa política que logró interpretar, entender y comprender profundamente su esencia perversa fue la pensadora judío-alemana Hannah Arendt, en especial en dos de sus obras: Eichman en Jerusalén. La banalidad del mal (1961)y Los orígenes del totalitarismo (1951).
En columna de hace un año hicimos una reseña del primero de estos libros, en el cual Arendt caracteriza al fascismo como la incapacidad de pensar, como la ineptitud para distinguir el bien del mal, como la incompetencia para ponerse en el lugar del otro, como la indolencia y como la falta de imaginación.
La columna de hoy se ocupará del segundo libro, Los orígenes del totalitarismo. Tarea difícil por la gran riqueza conceptual de la obra y por su considerable extensión, cerca de mil páginas. Empecemos por decir que la autora define así al totalitarismo: “Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados…su más conspicua característica externa es la existencia de una lealtad total, irrestringida, incondicional e inalterable del miembro individual.” “El terror es la esencia de la dominación totalitaria.”
En este libro Arendt analiza el procedimiento utilizado por el nazismo en los campos de concentración como elemento característico del sistema totalitario para la dominación total de la sociedad, orientado a la destrucción de la personalidad jurídica, la conciencia moral y la individualidad personal de todos los miembros de la sociedad totalitaria. Las lógicas de dominio no se orientaron aquí a la destrucción masiva de judíos, sino a la búsqueda de procedimientos que pudieran modificar la naturaleza humana, es decir, al exterminio de la espontaneidad que caracteriza a la vida humana.
El primer paso, la destrucción de la personalidad jurídica, busca el exterminio de la voluntad individual capaz de elegir una norma o ley de conducta universal que oriente toda su acción. Es esta aceptación voluntaria la que imprime una intención moral en la acción humana. Sólo luego de que el hombre ha aceptado el motivo impulsor propio de la ley moral sus acciones pueden ser consideradas como buenas o malas. Y es precisamente este ejercicio de la voluntad lo que se busca exterminar.
En este primer paso de desarticulación y exterminio de la voluntad se privó a los judíos de participar y de sentirse pertenecientes a una comunidad nacional, se les hizo sentir como personas sobrantes o superfluas, como ocurre hoy con los desplazados en Colombia. Les arrancó la posibilidad de organizarse en agremiaciones o de articularse en torno a una causa colectiva para exigir sus derechos.
Aquí la implantación del terror se manifiesta en la máxima del totalitarismo: “Todo es posible.” La expresión más aguda de esta máxima son los campos de concentración nazis como laboratorios para el cambio de la naturaleza humana al eliminar la voluntad, la espontaneidad, la pluralidad y la singularidad de la vida humana.
El segundo paso es descrito por Hannah Arendt como “el asesinato de lo que el hombre tiene como conciencia moral.” En este momento el judío pierde la posibilidad de hacerse capaz de asumir máximas morales. Ya no tiene la posibilidad de elegir entre el bien o el mal moral. El hombre libre, autónomo y capaz que postuló Immanuel Kant se hace superfluo. En esto consiste la destrucción de la persona moral.
El tercer paso es la destrucción de la individualidad. Se exterminará así totalmente la voluntad y con ello se eliminará también toda posibilidad humana de iniciar algo a partir de los propios recursos. Se ha operado así la transformación de la naturaleza humana. La inhumanidad que caracterizó la vida en los campos de concentración implicó entonces una modificación en la naturaleza humana: el hombre se convirtió en una cosa entre las cosas y la persona judía al final del proceso de exterminio es sólo una sombra de lo que en un momento fue, un hombre activo capaz de actuar en la esfera pública.
El nazi-fascismo fue derrotado en 1945, pero sigue vivo en estos tiempos de la hegemonía del capitalismo financiero a nivel internacional. Las democracias son frágiles, y en un momento dado, y bajo ciertas condiciones, algunas tendencias fascistas pueden llegar a imponerse.
Este proceso adquiere caracteres propios en cada país. Y en Colombia las tendencias del “todo vale”, tan parecidas al “todo es posible” del nazismo, esas que han prohijado también la desaparición forzada, los falsos positivos y el desplazamiento de seis millones de colombianos a través del terror narcoparamilitar, además de querer anular la voluntad de los ciudadanos exigiendo la lealtad absoluta, inalterable e incondicional a un líder, pueden llegar a hacerse hegemónicas. Deje aquí el dedo el lector y saque sus propias conclusiones.