Hace un par de meses, mientras hacia el desayuno en mi casa, la algarabía de mis vecinos me llamó la atención. Salí y me di cuenta de que a varios carros del barrio les habían arrancado el espejo retrovisor, incluido el mío; fue durante una de esas noches de lluvia torrencial que los ladrones aprovecharon para robar, protegidos por el estruendo del agua que disimulaba el ruido de las alarmas. Luego, pensando y preguntando sobre este fenómeno del robo de espejos retrovisores, escuché varias historias. Decían algunos que existe un lugar que es algo así como el cielo de los espejos que se han robado en la ciudad. Allá, repetían, se debe ir a comprar de nuevo una mercancía que ha vuelto a adquirir un valor de cambio notable; ha regresado a las vitrinas del mercado.
Pensando en lo que debía hacer ante el robo y mientras llamaba a preguntar por el valor del espejo nuevo me puse a reflexionar sobre lo ocurrido. Imaginaba los centros comerciales y los supermercados con todos aquellos productos que venden; lo que es producido por el entorno se envuelve en paquetes, se monopoliza y se vende por un precio elevado. La compra y venta de mercancías tiene que ver con necesidades infundadas; el robo del espejo es un ejemplo de esto, pues el hurto generó la necesidad de comprarlo para poder utilizar el carro. Recordaba el negocio de la salud al que le interesa una sociedad enferma para luego ofrecerle todo tipo de medicamentos que han sido extraídos de la naturaleza, empacados y distribuidos por las farmacéuticas con el objetivo de crear capital privado. El agua es sacada de las entrañas de la tierra, se embotella y se vende. Se adueñan de los ríos, que no son de nadie, para vender energía eléctrica. Las lógicas del mercado son las mismas lógicas de la violencia; en Colombia han despojado a los campesinos de la tierra, los compradores de “buena fe” se quedan con esta para que luego adquiera valor que permita especular y captar riqueza. La educación se convirtió en otro mercado, los títulos pasaron de ser proyectos científicos a necesidades creadas por las sociedades. La oferta educativa aumenta con la intención de vender, el sentido del conocimiento no importa mucho.
Al pensar sobre todo lo que significaba este robo pude concebir a los ladrones como otro tipo de mercaderes en el mundo de los negocios. Los que se robaron el accesorio del vehículo son producto del capitalismo; aprendieron a utilizar muy bien las artimañas del mercado: crear necesidades para posteriormente especular con los precios. Ahora veo pocos carros estacionados por las noches en las calles de mi barrio.