Solo quien sabe de amor, sabe de Dios

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará» (Juan 16, 12-15).

Preguntémonos: ¿Qué significa el misterio de la Trinidad? Algo revolucionario y nuevo en la historia de las religiones, puesto que ninguna se había atrevido a tanto: un solo Dios y tres Personas distintas. Tenemos unos recuerdos más o menos confuso de lo que nos enseñaron en la catequesis de la primera comunión. Nos dijeron que la Santísima Trinidad consiste en el misterio de un solo Dios en tres personas. Pero antes de todo, nos avisaron que un misterio es una verdad que solo se comprende desde la fe. Muchos nos quedamos satisfechos con la fórmula del catecismo, una fórmula que se retiene de memoria, pero que no cambia absolutamente nada en nuestra vida. ¿No es eso lo que pasa muchas veces con el gran misterio de la Santísima Trinidad? Nuestra fe en el Dios Trino nos revela que Él vive la vida más parecida a la nuestra, que vive una vida de familia. Dios es un Dios-Comunidad, un Dios-Familia.

En esta Familia divina, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven infinitamente felices porque se aman con un amor infinito. En Dios había necesidad de ser comunidad, para ser Dios, para ser amor. Y nuestras familias humanas fueron creadas a imagen de esta Familia divina. Dios es Padre. En muchos cristianos existe una falsa idea de Dios. Lo ven lejano y justiciero. El único sentimiento que les anima ante Dios es el terror. Es la idea del Dios policía, Dios gendarme, que vigila para castigarnos apenas pequemos. Pero la verdad es otra: Dios es Padre, y nos ama infinitamente y se preocupa continuamente de nosotros. No quiere que vivamos en el terror, sino en la confianza de hijos queridos.

Dios nos creó para hacernos hijos suyos, para amarnos con el mismo amor infinito con que ama a su Hijo, para atarnos a su corazón de Padre por toda la eternidad. Y para que este amor fuera conocido y aceptado por los hombres, Dios inventó la encarnación de Jesucristo. Dios es HIJO. Jesucristo es el Hijo de Dios, que se hizo hombre para poder revelarnos y realizar el plan de amor del Padre. En primer lugar, Jesucristo vino a anunciarnos que Dios es Padre, porque desea hacernos verdaderamente sus hijos. Esa es su gran Buena Noticia: Dios es realmente nuestro Padre. Su rostro de Padre podemos verlo con nuestros ojos de carne, reflejado en el rostro de Cristo: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Juan 14,9). Además, Cristo vino a mostrarnos que el amor de ese Padre por nosotros es mucho mayor que todo amor humano. Dios es ESPÍRITU SANTO.

El Espíritu de familia, el espíritu de unión, el espíritu de amor entre el Padre y el Hijo es una realidad tan fuerte que se convierte en una Persona. El Padre se entrega al Hijo, y el Hijo al Padre con una intensidad tan grande, que de ello brota otra persona: el Espíritu Santo. Como sabemos, la historia de salvación es obra de las tres Personas divinas, pero cada una de modo diferente. Así el Espíritu Santo tiene a su cargo llevar a término la obra del Hijo, a través de los tiempos, a través de los siglos. Es Él que guía y gobierna la Iglesia. Es Él que habita en nuestras almas, que nos educa y santifica. Es Él que nos hace gustar y comprender las cosas de Dios.

En esta fiesta de hoy queremos renovar nuestra fe en la Santísima Trinidad, queremos profundizar nuestra vinculación con cada una de las tres Personas Divina. No olvidemos que, al adorar a Dios como Trinidad, estamos confesando que Dios, en su intimidad más profunda, es sólo amor, acogida, ternura. Es quizás la conversión que más necesitamos: el paso progresivo de un Dios considerado como Poder a un Dios adorado gozosamente como amor. Y esta noticia la tenemos que comunicar al mundo, no con palabras, sino a través de una ilustración práctica: nuestro amor fraterno. Viendo cómo nos amamos, los hombres han de entender qué es el amor de Dios y qué efecto produce en nosotros.

Los hombres han de ser instruidos acerca de Dios observando nuestro comportamiento. La historia de Colombia la cámbianos de la mano de Dios, no con ideologías y programas de gobernabilidad lejanos de Él, pues sólo quien sabe de Dios, puede servir amando y deseando el bien centrado en la verdad, en la justicia, en la libertad y en la solidaridad.

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