En un texto titulado Discurso por Virgilio, el mexicano Alfonso Reyes reflexiona sobre la herencia de la tradición latina y su entronque con las culturas latinoamericanas. Se trata de civilizaciones antiguas, influidas por otras anteriores, que llegan a los lugares más recónditos. Las civilizaciones no mueren de un día para otro, por el contrario, se van enriqueciendo en la medida en que se transforman debido a las influencias de otras culturas.
Cada cultura contiene otras que han aportado algo nuevo. Las comunidades prehispánicas preferían consolidar lazos filiales con otras; de esa manera era más factibles relaciones basadas en la paz y la solidaridad. Las grandes civilizaciones de Perú o México eran centros cosmopolitas de encuentro de sociedades que provenían de otras latitudes. Roma heredó la cultura griega y con ella la del Medio Oriente y el norte de África. Luego, se convirtió al cristianismo y siguió fluyendo en el tiempo. “¡Y todas son el mismo río! Acrecido al paso con afluentes, batido con otras sales del suelo, alterado con otros regímenes de climas y lluvias, pero siempre -en el saldo de su corriente y las erosiones que traza por la tierra- el mismo río” (Reyes, 2005, p. 216). Esta perspectiva nos permite comprender que somos parte de un mismo tronco de la historia y de la cultura. Para conocernos es necesario conocer todo lo que nos antecede de la línea europea y de la línea prehispánica; seguramente, ambas nos llevarán al punto inicial que es África, no sin antes darnos un paseo por un sinnúmero de culturas. Estamos ante una visión universal que cuestiona el racismo, el clasismo y la dominación de unos sobre otros. En un presente que está volviendo a cerrar las fronteras, especialmente para quienes no vivimos en el primer mundo, las ideas de Reyes nos permiten comprender que es necesario derribar los límites que han erigido los Estados para condenarnos a la soledad.
Donald Trump amenaza a los latinos, los fascismos en Europa prometen cerrar las puertas a África y Asia. Los embelecos economicistas promovieron las fronteras; se dijo que unas identidades valían más que otras. ¿Qué sentido tiene pensar en identidades, en nacionalidades, cuando somos parte del río de la civilización que avanza, que tiene diversas afluentes y vertientes? Cerrar las fronteras es debilitar la cultura. “Incorporar una fuerza en la rueda de la costumbre es darle todavía más fuerza” (Reyes, 2005, 221).