La inteligencia nos puede servir para muchas cosas, entre ellas para comprender la vida, entender la realidad, a nosotros mismos, a nuestras emociones, creencias, sentimientos y creaciones de nuestro pensamiento, entre ellos el ego.
Aunque el ego no es algo que malo que tengamos que destruir, no le podemos permitir que se convierta en nuestro enemigo; se convierte en ello, cuando nos lleva a una vida de excesos, cuando nos hace olvidar lo realmente importante, nos lleva al miedo, la inseguridad, los apegos, el egoísmo y la vanidad.
El ego es un impostor que habita en nosotros para engañarnos, nos lleva a la dependencia psicológica, a mantener vivos ritos, hábitos y estilos de vida que generan daño, sufrimiento, soledad, estrés, celos, impulsividad, resentimiento, violencia psicológica, física o sexual.
El ego es manipulador que nos obnubila, nos lleva a hacer cosas que jamás esperábamos hacer, porque sin darnos cuenta logra obtener el control de nuestra mente; debilitándonos, aislándonos del mundo, de las personas que nos rodea, nos predispone hacia las personas, nos lleva a una lucha interior y el deseo de ganar, de vencer y estar siempre por encima de los demás.
El ego hace del amor algo imposible, lleva al neurotismo, a la arrogancia y la frustración; nos hace vulnerables, cobardes e insensibles a las necesidades de los demás, lleva a las falsas creencias de perfección humana, nos hace presas del consumismo, del deseo incontrolado de tener más.
El ego nace de nuestras creencias, de las ideas impuestas por los medios, la sociedad e incluso la familia; en su afán de ser reconocidos, aceptados y respetados. Para no caer presos del ego, evolucionar espiritualmente y conectarnos con la esencia del ser humano, debemos poner el ego a disposición de nuestra esencia, para no permitirle que nos domine, nos victimice ni nos impida ser felices.
Tener conciencia de quiénes somos, reconocer qué cosas nos impide ser felices, qué nos ofende de los demás, cuáles son nuestras necesidades, identificar aquello que rechazamos y resentimos de los demás; nos libera de la negatividad, de tener que ganar o tener siempre la razón, de ser superior o construir nuestra autoestima sólo por nuestros logros; nos lleva a vivir en paz, a aceptarnos, respetarnos, valorarnos e identificarnos a nosotros mismos; despertar a la realidad, a una vida más plena y segura y el dominio pleno, de un peligro sentimiento que esclaviza, llamado Ego.