El tema del papa Francisco en su última encíclica es el corazón. Plantea que preguntarnos sobre el significado del corazón en estos tiempos de guerras, de egocentrismo, de productividad capitalista y de autorreferencia es necesario si se quiere avanzar en términos de dignidad y cuidado de la casa común. La encíclica lleva como título Dilexit Nos (Nos amó) y es una cita tomada de San Pablo refiriéndose al amor incondicional del corazón de Cristo por los otros, los discípulos a quienes consideró como amigos.
El corazón representa la búsqueda por el sentido de nuestra existencia, por las preguntas de quiénes somos y a qué hemos venido a este mundo. Se trata de una idea retadora para un presente que promueve el consumismo y la irreflexión como aliciente del mercado que exige individuos autómatas que compren mucho y se cuestionen poco. Francisco observa que para los griegos el término kardia hacía referencia a lo más interior de las personas; dice que en la Ilíada el sentir y el pensar hacían parte del corazón.
Parece que la idea de sentipensar, muy sonada en las teorías recientes y aparentemente novedosas, ya estaba puesta en el pensamiento clásico y ha llegado a nosotros gracias a la monumental tradición del conocimiento en Occidente. El corazón es, entonces, el núcleo en el que reside la verdad, lo auténtico, aquello que se contrapone a lo superficial y lo aparente. Las redes sociales y el imperio de la imagen revelan la ausencia de corazón; vemos las caras tapadas por los filtros y las muecas del instante sin que nadie sepa la realidad de aquella persona que aparece captada por un lente. Hay poco interés por estar cerca de los demás.
“Si el corazón está devaluado también se devalúa lo que significa hablar desde el corazón, actuar con corazón. Cuando no se aprecia lo específico del corazón perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía” (Francisco, 2024, p. 11).
El corazón simboliza una conmoción que hace mover el intelecto gracias al amor y al afecto. De acuerdo con San Buenaventura, la pregunta debe dirigirse al fuego y no a la luz. Prometeo le dio el secreto del fuego a los humanos y gracias a esto se pudieron comunicar a través de la palabra: el vehículo del conocimiento, de la imaginación y de la fe. Según el papa la pregunta esencial es “¿tengo corazón?”
Investigador del grupo Estudios Políticos.