Constantemente recibo sugerencias sobre compartir testimonios angelicales en esta columna. Muy amablemente, una persona que asistió a mis talleres y me solicitó no mencionar su apellido, aceptó la publicación de este relato. A ti, Carolina, muchas gracias por tu aporte. Martha Muñoz Losada. Especial LA NACION Constantemente recibo sugerencias sobre compartir testimonios angelicales en esta columna. Muy amablemente, una persona que asistió a mis talleres y me solicitó no mencionar su apellido, aceptó la publicación de este relato. A ti, Carolina, muchas gracias por tu aporte. “…hace días quería escribirte para contarte todo esto que tiene estrecha relación con lo que tú nos has comentado en tus charlas y lo que he leído, sobre las manifestaciones de los ángeles: plumas, números, canciones, sueños, aves, entre otras. El 22 de agosto del 2011, hospitalizaron a mi papá porque debían hacerle una cirugía a corazón abierto. Aunque mi hermano y yo no estábamos de acuerdo, respetamos su decisión y lo apoyamos. El hecho de no operarse era tan riesgoso como hacerlo. El día anterior, celebramos mi cumpleaños. Mi papá, que era tan reservado, nos dijo que nos amaba; ya nos habíamos estado despidiendo, dándole gracias por su apoyo, por enseñarnos tantas cosas a sus tres hijos y familiares. El era un excelente ser humano en todo el sentido de la palabra. La cirugía finalmente fue el 24 de agosto. Le asignaron la habitación 333 al lado del extinguidor 33 en la clínica Cardioinfantil. Cuando el anestesiólogo llegó, nos sucedió algo “extraño”. Mi hermano y yo nos empezamos a mecer de una forma incontrolada, pero pausada y continua, con movimientos horizontales y verticales como haciendo una cruz. Esta misma sensación la tenemos aún cuando decimos el Rosario o estamos en oración. Ese mismo día, mientras lo estaban interviniendo quirúrgicamente, como a eso de las 11 am, empecé a sentir una presión en el hombro, luego bajó hacia el lado izquierdo del pecho. Era una especie de adormecimiento y comencé de nuevo a moverme, pero mucho más fuerte, con el mismo tipo de movimientos que te describí arriba. En realidad no era dolor físico, era un dolor en el alma, profundo, una incomodidad grandísima, se me durmieron las manos, las piernas por detrás, el pecho y lloré mucho. Empecé a hiperventilar. Mi cuñada se hizo a mi lado y me agarró para que no me meciera tan duro, me cogía la cabeza, pero igual todo mi cuerpo estaba en shock. Ahí al lado mío también estaban mi hermano y mi hermana (ambos mayores), quienes me orientaron para saber cómo respirar, y me decían, tranquila, que usted está respirando por mi papá. Yo les pedía que no me fueran a dejar sola, que se quedaran conmigo. De un momento a otro mi hermana me dio la mano y sentí como si un “tubo de energía” pasara de su mano a la mía, fue realmente bonito, una conexión grandísima. Inmediatamente empecé a mirar hacia arriba y a hablar con alguien (ese alguien era mi papá), aunque no lo veía, era como si estuviera ahí en la sala de espera. Yo repetía lo siguiente: “si, si, papi, si voy a estar tranquila” y empecé con él a orar (porque él era quien habitualmente daba la pauta para rezar las últimas oraciones del Rosario). Oré todo lo que siempre decíamos y finalmente el movimiento cesó y todo pasó. Y luego, mi papi, siguió con mi hermano, le mencionó cosas de su familia; mi hermano más calmado, “habló” con él también, y lloró. Eso que sucedió, me hizo entender, desde el fondo de mi corazón, que mi papi, se estaba despidiendo, que se iba a ir físicamente de nuestro lado. No obstante, cuando terminó la cirugía, los doctores dijeron que todo estaba bien, que había sido un éxito. Mi hermano y yo, estábamos totalmente seguros que lo que habíamos sentido era cierto, que él se había despedido de nosotros. Esa noche fue perfecta hasta cuando le quitaron el respirador; la base de su pulmón derecho colapsó. Luego, entré a verlo y le dije “papi, lo logramos” y el dentro de su estado de recuperación de la anestesia, movió sus ojos y luego su cabeza de lado a lado y me hizo que no (no entendí eso, sino hasta después de que ocurrió todo). De ahí en adelante nunca volvió a estar consciente. Sin embargo todos le seguíamos hablando, agradeciendo y diciendo cuanto lo amábamos y que si tenía que irse, estuviera tranquilo, que íbamos a cuidarnos unos a otros, especialmente íbamos a estar pendientes de mi mamá. El 26 de agosto, antes de decir el Rosario, mi mamá invocó a San Miguel Arcángel en oración y le solicitó su acompañamiento en ese momento y para mi papá en el proceso. Pidió, que si él consideraba que mi papi iba a estar bien nos ayudara para que se recuperara pronto pero que si no iba a estar en buenas condiciones, entonces, que por favor lo acompañara a la presencia de Dios. Mientras rezábamos el Rosario en la sala de espera (íbamos en el cuarto misterio), me volvió a dar el estado de shock, paramos de orar y mi mamá por petición de mi hermana, salió corriendo hacia la UCI para ver si mi papá estaba mal, pero todo estaba “bien”, él estaba en estado crítico pero estable. Ahí en el corredor de la UCI, mi mamá y mi cuñado (los más escépticos), se encontraron con alguien que les dijo: “yo vengo del oratorio y una mujer se me acercó y me dijo: “dígale a la señora de morado (o sea a mi mamá) que su esposo, le mandó decir con un ángel que él está bien y que va a estar bien, que no se preocupe”. Mi mamá y mi cuñado, se devolvieron a contar lo sucedido. Continuamos con el cuarto misterio, luego llegó el 5to y antes de terminar con éste, estando en la sala de espera, le cayó a mi mami una pluma que bajó, con movimientos en espiral, sobre la manga izquierda de su saco. La pluma era pequeñita; ¿de dónde salió, en un espacio cerrado?, ya tienes la respuesta. Y eso nos validó el mensaje, porque a veces tenemos que reconfirmar las cosas cuando no las creemos totalmente (o por lo menos eso me pasa a mí). Al día siguiente (27 de agosto), nos llamaron como a las 5:20 am, a avisarnos que mi papi estaba muy mal, que fuéramos. Cuando llegamos, pues ya él había dejado su cuerpo. Esa tristeza solo la conocemos quienes hemos tenido pérdidas de seres queridos. Después de eso en mi casa ocurrieron cosas como las siguientes: en la sala en una mesa hay tres portarretratos con las fotos de los tres hijos. El portarretrato que tiene mi foto, se cayó y se rompió el vidrio. También se movieron las lámparas del techo de la sala (todo eso sucedió el día que él murió). Sin embargo, la persona que estaba allí, aún no sabía que mi papi había fallecido. De ahí en adelante, han ocurrido muchas otras manifestaciones angelicales (en momentos en que menos lo esperamos; por ejemplo, para tomar una decisión): debajo de la silla en un consultorio, plumas que caen del cielo, números en carros con el 333, con el 444 y con otras secuencias numéricas repetidas, mensajes por medio de canciones, presencia y cantos de muchas aves, colibríes volando, etc. En este momento me encuentro mucho mejor, con el apoyo de Dios y las señales de los ángeles, lo estoy sobrellevando con tranquilidad. He aprendido a aceptar su ausencia física, aunque siento su compañía espiritual. Un cálido abrazo”. Carolina. Terapeuta en Sanación con Arcángeles. 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