Todavía vivimos en feria de vanidades

«Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: – Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: «Cédele el puesto a éste». Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: «Amigo, sube más arriba». Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales» (Lucas 14,7-14)

Padre Elcías Trujillo Núñez

En estos tiempos en que lo más importante es lo vistoso, lo espectacular y en que lo pequeño pasa inadvertido, tú, Señor nos sigues recordando tu preferencia por lo sencillo. “Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios”, dice el sabio; y Jesús concreta: “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Cuanto más grande es una persona en su interior, menos se hace valer y más sencilla es en el trato con los demás; y esto es lo que hace que se tenga más aprecio. Y la humildad nos hace bien sobre todo a nosotros mismos: nos hace conocernos y aceptarnos mejor a nosotros mismos, nos ahorra disgustos y nos proporciona una gran armonía interior.

Todos tenemos la tentación de aparecer, de buscar protagonismo, de ser y tener más que los demás, de modo que los que nos rodean nos admiren o nos envidien. Jesús vio cómo los invitados se apresuraban a elegir los mejores puestos. ¿Nos estaría viendo a nosotros: ¿Qué queremos muchas veces salir “en la foto”, ser el centro de la conversación, salirnos siempre con la nuestra? ¿Nos estaría viendo que queremos superar a los demás familiares, a los compañeros de trabajo, a las demás personas que colaboran en la parroquia, como los apóstoles, que discutían quién iba a ser el mayor entre ellos? El aviso es para toda la Iglesia, y para cada cristiano. Jesús no está enseñando normas de urbanidad, sino una actitud humana y cristiana que para él es básica: la humildad delante de Dios y de los demás. Una actitud que podría parecer totalmente contraria a la conducta que prevalece en este mundo, que parece una feria de vanidades. Cuando todos queremos parecer más guapos, más listos, más modernos, más actuales, más, más y más… tú Señor, nos invitas a buscar lo menos, valoras lo menor… En medio de la competitividad en la que vivimos, en la que se nos invita a ser triunfadores, aunque sólo unos pocos consigan serlo, tú nos empujas a ayudarnos unos a otros, a levantarnos y a hacer a los demás sentirse mejor. Hace algunos años, en las Olimpiadas Especiales de Seattle, nueve participantes, todos con deficiencias mentales o físicas, se alinearon para correr una carrera de 100 metros. Al sonar la señal, todos salieron, no exactamente a toda velocidad, pero con la voluntad de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar. Todos, con la excepción de un muchacho que tropezó, cayó al piso y comenzó a llorar. Los otros ocho escucharon el llanto. Disminuyeron el paso y miraron hacia atrás.

Entonces, todos ellos se detuvieron y dieron la vuelta. Una de las muchachas, con Síndrome de Down, se agachó, le dio un beso al muchacho y le dijo: “eso te va a curar”. Y todos los nueve competidores se tomaron de las manos y caminaron juntos hasta la meta. El estadio entero se puso de pie y los aplausos duraron varios minutos. Y las personas que estaban allí continúan repitiendo esa historia hasta hoy. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos una cosa: Lo importante en esta vida va más allá de ganar nosotros mismos. Lo importante en esta vida es ayudar a ganar a otros. Lo que importa en esta vida es ayudar a los otros a vencer, aunque esto signifique disminuir el paso y caminar más despacio junto a los demás o cambiar de rumbo.

En este mundo loco que hemos inventado, en el que muchos son los perdedores y unos pocos ganan todas las carreras estéticas, intelectuales, laborales y económicas, tú, Señor, quieres despertar nuestros corazones para que escuchemos al pobre, al caído, al necesitado, al fracasado y al que sufre.

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