Miguel Ángel Tovar, docente e investigador de la Universidad Surcolombiana, siempre se caracterizó por sus análisis críticos, su trabajo comunitario
Miguel Ángel Tovar, docente e investigador de la Universidad Surcolombiana, siempre se caracterizó por sus análisis críticos, su trabajo comunitario y su lucha permanente por una sociedad más equitativa, democrática e incluyente. Hoy, el importante académico huilense libra una de sus más importantes batallas: derrotar al cáncer que se expande por su cuerpo rápidamente y que lo tiene postrado en una cama. Homenaje. GINNA TATIANA PIRAGAUTA G. LA NACIÓN, NEIVA La Universidad Surcolombiana fue el eje de su vida. La investigación crítica, participativa e incluyente fue la metodología que lo caracterizó. Miguel Ángel Tovar pasó su vida trabajando con los campesinos, en las comunas, siempre con los sectores populares, estableciendo referentes para la intervención real y democrática de los ciudadanos huilenses. Su carácter lo impulsó a asumir una lucha constante por construir una sociedad con justicia social. Su criticidad la plasmó en importantes proyectos académicos que consolidó en el alma máter, como la Licenciatura en Educación para la Democracia, algunos postgrados y guías metodológicas para el trabajo comunitario y rural. Nació hace 71 años en Guadalupe, en donde centró muchas de sus experiencias investigativas. Su canción favorita es ‘Los ejes de la carreta’, es amante de la salsa y el son cubano, las carnes, ensaladas y fríjoles, pero sobre todo de la sazón casera. Fue un destacado líder del Polo Democrático en el Huila. Durante 17 años fue columnista del diario LA NACIÓN, en donde aportó siempre un análisis serio, académico y riguroso a los problemas y retos de la Región Surcolombiana. El docente hoy pasa sus días en casa, batallando contra el cáncer que descubrió en su sistema digestivo en mayo pasado. No ha sido una lucha fácil. Está bastante delgado, muy débil, pero completamente lúcido. Los embates de su enfermedad han sido duros y se agita con facilidad. Miguel Ángel Tovar habló con LA NACIÓN de su vida, su enfermedad, esperanzas y frustraciones. Fue un diálogo emotivo y sincero. “Lo más grande que puede dar un hombre después de una gota de sangre, es una gota de lágrimas y a usted hoy le he dado varias”, manifestó el docente al culminar esta entrevista. La enfermedad “Cuando me pensioné estábamos trabajando con la Facultad de Derecho en un proyecto curricular, para la creación de la carrera en Ciencias Políticas. Luego me llamaron para que dictara unas clases en los programas de Derecho y Economía”, cuenta. “Un buen día, del programa de Prevención y Promoción para los Pensionados, me mandaron a tomarme los exámenes trimestrales de control. La doctora me ordenó muestras de colesterol, triglicéridos, de todo. El azúcar me apareció por encima de 700. Yo me sentía totalmente normal y me sorprendieron los resultados”. “En la tarde llamé a mi hijo Diego, que es médico y vive en Bogotá. Él me pidió que le pasara a la mamá y me mandó a urgencias inmediatamente. Yo no me sentía mal, no tenía mareos, absolutamente nada. Él me insistió e inclusive, me lo ordenó como doctor porque decía que estaba en peligro de un coma diabético”. “Yo no fui, no le hice caso. Inclusive mi mujer me alcahueteó porque me veía bien. Al otro día la doctora que me había ordenado los exámenes me repitió las mismas palabras de Diego: ‘Llámeme a su esposa y se va ya para urgencias para que lo dejen en observación y le apliquen insulina’”. “Me fui para urgencias y no me aplicaron nada, tampoco me internaron. Sólo me dieron una pastilla que me desató una desazón terrible, un desasosiego, un decaimiento. Ahí empezó todo…”. “Yo le comenté a mi hijo la sintomatología que presentaba. Otra vez me pidió que le pasara a la mamá. Ella estaba a mi lado. Él dijo que yo tenía un tumor en el páncreas y que rogaba que no fuera maligno. Nos pidió que viajáramos al otro día para Bogotá, que él nos iba a organizar nuestra estadía allá”. “Otra vez empecé yo con mi terquedad. No quería irme para Bogotá y me negué. Mi hijo me insistió mucho hasta que finalmente me pidió que fuera a donde un médico particular aquí en Neiva, para que me ordenara una ecografía al páncreas”. “Era viernes. Estaban empezando las fiestas de San Pedro. No había servicio de laboratorio y lo prestaban sólo hasta el martes siguiente. Mi hijo me insistió tanto que finalmente viajé ese fin de semana a Bogotá y me hicieron 12 exámenes en un solo día. Me encontraron lo que había diagnosticado mi hijo”. “En la noche el equipo de cirujanos me confirmó la presencia del tumor. Al día siguiente me tomaron un TAC en donde establecieron sus características. Era un tumor canceroso. Inmediatamente me prepararon para la operación. Me quitaron la mitad del estómago, el duodeno, la vesícula y más de la mitad del páncreas”. “Yo era un poco gordo, pero de allí salí totalmente delgado. Luego vino la tortura de la quimioterapia. Eso lo empeora más a uno. Lo debilita y lo enflaquece. En enero la terminé. La Liga de Cáncer del Huila tiene muy buenos médicos. Un excelente oncólogo me hizo los exámenes y me felicitó porque me dijo que ya estaba del otro lado. Me advirtió que iba a tener anemia pero se podía controlar con el cuidado en la alimentación”. “A los ocho días todo el cuerpo empezó a ponerse amarillo. Otra vez viajé a Bogotá. Los mismos médicos que me operaron me hicieron exámenes y ratificaron que la operación que me habían hecho, desde el punto de vista médico, fue perfecta. Pero quedaron cuatro heridas en los órganos que me afectaron y por ahí venía el conducto que evacuaba”. “Toda herida al cerrar recoge y con el tiempo se obstruyó el conducto. En ese momento, el 70 por ciento del conducto estaba empozado. Ese líquido se regó por el cuerpo y existía una alarma de infección”. “La salida fue drenarme con catéteres. Es triste porque según los últimos exámenes toda la quimioterapia de Neiva no sirvió. El cáncer hizo metástasis. En esas estoy. Ahí vamos para adelante. Batallando”. Familia “Mi esposa es Ilba Montenegro. Llevamos juntos toda una vida: 44 años. Jamás podría tener otra mujer como mi esposa. Es una excelente madre, hermana, hija, amiga y compañera. Es muy especial. Afortunadamente me acompañó siempre, con amor y fortaleza, hasta el final”. “Tengo dos hijos. Fredy, el antropólogo y Diego, el médico. Mi último nieto es Juan Martín, tiene cuatro meses y es el primogénito de Diego. Él está recién casado. Fredy tiene dos niños: Manuela y Juan Esteban. Tengo una excelente familia. Fui muy afortunado. Ellos son el centro de mi vida, son mis fuerzas, mi soporte”. Inicio “Fui uno de los fundadores del Itusco. Hice la Licenciatura en Administración Educativa y estuve en la lucha estudiantil y profesoral que dio origen a la Universidad Surcolombiana (Usco). Luego hice una maestría con la OEA en la Universidad del Valle”. “En ese tiempo las maestrías eran de tiempo completo, incluidos sábados y domingos. Era muy exigente pero se aprendía mucho. Tuve profesores de la Unam de México, de Argentina y de Chile. Esas fueron mis bases para regresar al Huila y concursar como docente universitario”. “Ingresé como profesor de la Usco y empecé a investigar. Me dediqué fundamentalmente al trabajo comunitario y rural. Fruto de la investigación que desarrollé en 15 municipios huilenses, incluido Neiva, durante los años 90, establecí las carencias que existían en el departamento para la formación del ciudadano del siglo XXI”. “El tema me preocupó mucho y elaboré una propuesta para crear una carrera. Finalmente el Icfes aprobó la Licenciatura en Educación para la Democracia, con una duración de cinco años. Con Antonio Iriarte y su esposa Diana hicimos en el Huila la primera Investigación Acción Participativa. Nos orientaba el sociólogo Orlando Fals Borda. También creamos el postgrado en Desarrollo Educativo”. “Después me dediqué a recopilar todas las investigaciones que habíamos hecho en el Huila. Construimos las escuelas para la democracia en los barrios por comunas. Era una metodología comunitaria que fue asimilada muy bien. Ahora, un grupo de investigadores quiere rescatar este trabajo, así como los artículos que escribí durante 17 años en el diario LA NACIÓN”. Recuadro: ‘A mis amigos les adeudo…’ “Antonio Iriarte murió en mayo. Uno de los últimos artículos que escribí en LA NACIÓN se lo dediqué a él, al maestro. Nosotros fuimos de una generación frustrada, frustrada en sus sueños. Queríamos cambiar el mundo, la sociedad, queríamos hacer la revolución. Veíamos las cosas tan cerca. Al menos sembramos algunas semillas”. “Iriarte era un gran maestro. Un excelente músico clásico. Gran pensador y filósofo. Él fue el primer cervantista que tuvo la Universidad Surcolombiana. Actualmente está enfermo Chucho Vidal, creo que también tiene cáncer. El hermano de Chucho está en Bogotá también delicado. Eduardo Gutiérrez sigue escribiendo, pero también está enfermo”. “Afortunadamente, en la universidad tuve un excelente grupo de compañeros. La mayoría era de izquierda. Gente chévere y muy comprometida. De esa camada sólo queda Míller Dussán. Ahora llegó Aldemar Macías, que también es un buen muchacho”. Algunos recuerdos “En estos días, cuando fue el paro campesino, me llamaron de Guadalupe, mi pueblo natal, unos muchachos que conocí cuando era presidente del Polo Democrático. Habían creado una organización de jóvenes campesinos con gente de Timaná, Maito, Suaza y Acevedo. Me invitaron a una conferencia. En ese momento yo estaba en Bogotá, en una clínica. Pero me pareció muy chévere el gesto. Ellos no sabían en la situación en la que estaba. Les expliqué mi condición y les dije que me gustaría mucho estar allá, no sólo por la conferencia sino por compartir. Esto fue producto del trabajo que hicimos en el pasado con sus papás. Ellos eran sólo unos adolescentes y hoy tienen entre 28 y 30 años”. “Recuerdo con nostalgia la huelga de hambre que hicieron unas estudiantes en la Universidad Surcolombiana. Era un grupo de muchachas muy formado, muy comprometido. Al final ellas se van organizando y se van retirando. Más el amor y otras cosas las desobliga a ir abandonando”. La universidad y el futuro Miguel Ángel Tovar, sin perder su sentido crítico, analizó con preocupación el rumbo de la Universidad Surcolombiana. “La misión de la universidad es formar ciudadanos críticos. ¿La universidad forma como ciudadanos críticos a ingenieros, administradores, médicos, contadores o abogados? ¿Puede existir investigación científica sin sentido de criticidad? Mientras la universidad no sea esa consciencia crítica de la sociedad es solo un colegio mayor, como el de Nuestra Señora del Rosario, pero no una universidad. La esperanza está en la juventud, en ustedes mismos, en no tragar entero y en leer mucho. En formar círculos de estudio y en comprometerse con proyectos sociales. Fundamentalmente creo en esto, más que en formar profesionales, se necesitan seres humanos críticos. Afortunadamente quedó semilla. El futuro de Colombia está en la gente sencilla, en la gente humilde, en los indígenas, en los campesinos. En la gente sana”. Foto Ginna Piragauta