Transfiguración y manifestación de la verdadera felicidad

«En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías, conversando con él.  Pedro, entonces tomó la palabra dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías”. Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo el amado, mi predilecto. Escúchenlo” Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no teman”. Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No cuenten a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos”».  (Mateo 17,1-9).

Padre Elcías Trujillo Núñez

Celebramos el misterio de la Transfiguración del Señor, que no es solo un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; para ser con Él también glorificados.

La Transfiguración del Señor, significa lo que Cristo es, se manifiesta como Hijo de Dios. Pero, además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación. Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad. Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba. Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud.

Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad. Si quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, a los por qué de nuestra historia, pues es el único que potencia al máximo nuestra felicidad.

Pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta que es imposible, porque hay amarguras, pozos de tristeza en nuestros corazones. Frente a estas situaciones, solo Cristo es nuestra autentica felicidad, por eso la frase de Pedro: «¡Qué bueno es estar aquí!» Existe en el Evangelio otra parte de felicidad, simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Estos dos, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personajes históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón.

Cuando alguien nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud. La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas, espirituales; ausencias producidas por unas distancias físicas o afectivas.  Solo él es presencia y plenitud en nuestra vida.

Por eso, la Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo y que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud en Dios.

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