El paro de caficultores, fue uno de los acontecimientos sociales y políticos más significativos de los últimos años en Colombia. No tanto por las conquistas alcanzadas en beneficio del mejoramiento de sus ingresos, sino porque puso al descubierto un trasfondo institucional, por muchos desconocido, sobre de la Federación Nacional de Cafeteros, entidad otrora eficiente en el manejo de los intereses de los productores. Sirvió también para poner en evidencia que la caficultura no podrá sobrevivir sino se adoptan políticas que mejoren su productividad y competitividad en un mundo en que ahora, casi por todas partes, se cultiva el grano y se avanza en la producción de cafés de alta calidad. Como también, para comprender que hay fallas protuberantes en su comercialización internacional. Baso estas ideas en los escritos de conocedores de los problemas y debilidades que afronta la producción y comercialización del producto con el cual muchos colombianos fuimos educados. Consciente de esta realidad, viene al caso algo que me tocó vivir en Ámsterdam, Holanda, mientras me encontraba en esa capital en el año de 2005. Un día entramos con mi esposa a hacer algunas compras en el centro comercial más importante de esa ciudad. Se me antojó que debería comprar café para llevar a la residencia de mi hija María del Pilar donde estábamos hospedados. Una vez encontré el stand de los cafés, no encontré una sola marca de café colombiano. Las había muchas, con marcas de origen, de Vietnam, Malasia, Indonesia, Congo, Angola, Centro América, Bolivia, Brasil, Perú, Ecuador, etc., pero ni una sola de marca colombiana. Inquieto por lo que consideré casi un imposible, pregunté y supe que Ámsterdam era una las tantas sedes europeas donde vegetaba un funcionario, hijo gomelo de la aristocracia bogotana, de la Federación de Cafeteros que cumplía dizque el papel de agente comercial pagado con el trabajo de los caficultores. Y como allí, los hay en París, Berlín, Londres, Madrid, etc. en Europa. De trasfondos parece que está llena la Federación de Cafeteros, convertida desde hace años en un nido burocrático de recomendados que no fueron capaces de percibir a tiempo las exigencias del mundo globalizado que nos obliga a valernos de la ciencia y la tecnología para poder competir. Ojalá que las consecuencias del paro no se queden solo en subsidios, sino que se avance hacia la competitividad en la producción. De otro modo, la caficultora pasará a la historia, como ocurrió con el trigo y la cebada que hoy se tienen que importar.