Ayer, el Diario El País de España registró en su edición cibernética para todo el mundo: “Secuestro en Colombia, el regreso del gran trauma nacional. La guerrilla del Eln se resiste a renunciar a una práctica que ha dejado más de 50.000 víctimas en las últimas décadas”.
En esta misma publicación, el periódico español señala: “El secuestro, uno de los crímenes más crueles y repudiados por la sociedad, vuelve a agitar el debate público por cuenta de las acciones del Eln. La última guerrilla en armas tardó 12 días en liberar, la semana pasada, al padre del futbolista Luis Díaz, mantiene a unos 30 rehenes en su poder y es reacia a abandonar esa práctica, a pesar de estar sentada en una mesa de diálogos con delegados del presidente Gustavo Petro”.
Lo que escribe el diario internacional es una muestra de cómo está viendo el mundo lo que está pasando en Colombia: una guerrilla hablando de paz, pero al mismo tiempo secuestrando a personas con fines políticos, militares y económicos.
Y el propio gobierno de Petro lo sabe, cuando la semana pasada emitió un comunicado dirigido al Eln recordándole que “la práctica sistemática del secuestro es enemiga de la paz, genera odios difícilmente superables contra sus perpetradores, es un delito continuo —ya que se prolonga más allá del acto mismo de la retención—, genera una angustia permanente para el secuestrado y sus seres queridos y un rechazo total por parte de la comunidad nacional e internacional”.
Así es. El secuestro es un delito que ultraja de manera cruel la dignidad humana, provoca un inmenso drama a las familias y vulnera la humanidad del secuestrado en su más profunda intimidad.
En el Huila, familias enteras padecieron el sufrimiento del secuestro a manos de la entonces guerrilla de las Farc. Quienes vivieron ese drama difícilmente han superado sus secuelas ni tampoco han perdonado a sus captores.
Si el Eln quiere seguir hablando de paz, debe abandonar la práctica del secuestro. Así de claro.
