“Tú tienes que estar conmigo y si no, mueres”

El informe final de la Comisión de la Verdad incluye un capítulo especial sobre los niños, niñas y jóvenes en el marco del conflicto interno armado. Entre otras historias, el tomo “No es un mal menor” presenta desgarradores relatos de los vejámenes contra las mujeres y las niñas en la guerra. Aquí el apartado “Tú tienes que estar conmigo y si no, mueres”: acoso y violación sexual.

 

La violencia de género contra las niñas y adolescentes en las filas se manifestó de diferentes formas. Aunque todos los grupos armados perpetraron esta violencia, las entrevistas dejaron ver que las de tipo reproductivo (anticoncepción y aborto forzado) les correspondieron en mayor medida a las guerrillas, especialmente a las Farc-EP. Asimismo, aunque se encuentran registros de acoso, abuso y tortura sexual para los distintos actores, según la escucha de la Comisión de la Verdad, este tipo de violencia fue más recurrente en las filas paramilitares. En cualquier caso, el acoso sexual fue una práctica reiterada, ejercida tanto por los combatientes rasos como por los comandantes.

En los testimonios de mujeres que fueron reclutadas siendo niñas o adolescentes, algunas afirmaron haber sido obligadas a sostener relaciones con integrantes del grupo armado. Camila, reclutada por las ACMV, resalta que dentro del grupo las niñas y adolescentes eran marcadas con el nombre de sus compañeros o miembros de la organización. En su caso, fue tatuada a la fuerza con el alias de su compañero: «Aunque no dejé entrar tanto la aguja, no me lo he podido quitar del todo, me tocó hacerme un tatuaje para tapar ese nombre porque todo el mundo me preguntaba».

De la misma manera, Gabriel, reclutado por el Clan del Golfo, recuerda que a sus compañeras los comandantes «las cogían de esposas y se casaban con ellas» en contra de su voluntad, lo cual no sucedía con los hombres reclutados. «Los comandantes decían: “Tú tienes que estar conmigo y si no, mueres”. Y tenían que vivir con él, aunque no quisieran, pero les tocaba». En estos casos, las niñas y las adolescentes fueron convertidas en propiedad de los comandantes, por lo que estos asumían que podían acceder a ellas cuando quisieran, aun sin su consentimiento.

La estrategia

En algunos casos, tener un vínculo de pareja con los comandantes hizo que recibieran un trato diferente. Laura, por ejemplo, luego de sufrir el acoso de guerrilleros, se involucró en una relación de noviazgo con un comandante: «Tenía mis beneficios, entonces no era ser un soldado raso, tenía beneficios por ser la compañera de él». Esto resultó ser una estrategia adaptativa de las niñas y adolescentes para sobrevivir en un entorno hostil que las ponía constantemente en riesgo. Aura, reclutada en 1998 por los paramilitares en Páez, Boyacá, vivió una situación similar:

«Yo era gordita de barriguita, entonces me decían que estaba embarazada. Me pegaban y me chuzaban con un palo en la barriga que para que yo perdiera el bebé. Eran cosas falsas porque yo era una niña, no tenía sino ocho o nueve años. Cuando llegó el otro comandante, ya era más buena gente, él me protegió, no dejó que me siguieran maltratando de esa manera. Él me cogió como para tener sus noches, lo mismo a mi compañera. La cogió como su mujer y a mí me tenía para pasar las noches cuando ya no quería estar con ella».

Para las niñas y mujeres adolescentes entablar este tipo de relaciones fue una forma de esquivar el maltrato de sus pares y refugiarse de la rudeza de la vida armada. No obstante, en estos vínculos se replicó la jerarquía presente en las filas, por lo que seguían sometidas al poder masculino y eran vistas como propiedad de los hombres del grupo. La situación no dista de un matrimonio servil, en el cual existe una relación de subordinación, generalmente de las niñas, adolescentes y mujeres, ante un hombre, por encontrarse desprovistas de sus redes afectivas y sin apoyo.

El rechazo

Cuando las adolescentes se negaron a ser las novias o esposas de los comandantes, también recibieron un trato diferente, pero esta vez para su perjuicio, dado que les encargaban los trabajos más pesados o desagradables. Así lo señala un excomandante de las Farc-EP que ingresó formalmente a la Columna Móvil Jacobo Arenas en el Cauca entre los diecisiete y dieciocho años en el 2007:

«Muchos comandantes sometían a las mujeres. Que si llegó una muchacha y es bonita y le atrajo al comandante, le hace la vida imposible si no se lo daba. Entonces que si usted no va a dormir esa noche con el comandante, usted es la de ranchar, la de remolcar, la de la guardia, la que va a arrear las mulas, la que va a echar de comer a los marranos, la de todo. “Ah, ¿no va a cumplir?, entonces está desacatando y la voy a sancionar por eso”, y así… Ponían a las muchachas a aburrirlas a punta de madrazos, a punta de humillaciones. Conocí muchas compañeras, verlas llorar y a veces uno decir: “Juepucha, pero uno qué hace, ¿Qué hace en esas circunstancias?”».

La violencia sexual se usó para someter a las niñas y adolescentes, porque es un hecho que afecta su seguridad, confianza y autoestima. Además, en el marco del conflicto armado, fueron víctimas de todos los grupos. Así lo reconoció la Corte Constitucional, advirtiendo que la violencia sexual intrafilas contra las niñas y adolescentes fue reiterada y sistemática.

Voces desgarradoras

En los testimonios se escuchan voces desgarradoras de mujeres reclutadas siendo niñas y adolescentes que recuerdan cómo fueron sometidas a la burla y a la violación sexual. Incluso, algunas mencionan que los hechos fueron cometidos por varias personas y en presencia de otros que se turnaban para ejercer la violencia. Además, esta no se cometió una única vez, por lo que se habla de que fue un hecho continuado y colectivo. Milena, en su relato, cuenta las formas en que el comandante y demás compañeros del ELN la violentaron física, sexual y psicológicamente:

«Ellos decían: “Juguemos a la moneda, si sale tal cosa, nos comemos a esa hembra, y si no, la ponemos a lavar ropa y de una vez a hacer la comida”. Cuando caía violarme, llegaban por la noche. Como dos o tres veces pasó que se reunieron todos y me cogieron entre los cuatro. Me pegaron, se burlaron y luego me volaron cuatro dientes. Ahí mismo me violaron y mientras tanto me decían: “Ahora sí quedó más fea de lo que es”. Sin los dientes, decían: “Así nos lo puede hacer más rico”».

Lo que muestra este episodio es que luego del primer abuso, las niñas y adolescentes fueron tratadas como objetos de los que se podía disponer en cualquier momento. Sara, reclutada por los paramilitares, observó cómo varias niñas fueron llevadas al grupo armado para ser abusadas: «Llegaban y las cogían, las llevaban a una finca. Uno miraba jóvenes menores que uno, niñitas que no tenían ni cuerpo ni nada. Eran demasiado frágiles, si uno era débil, ellas peor… Lo primero que hacían era abusar de ellas». En algunas ocasiones, la violencia llegó al extremo de que se hiciera necesario drogar a las niñas y adolescentes para que soportaran los abusos. Esto le sucedió a Sara:

«Yo fui una de las jóvenes que se llevaron como reclutas y las violaron. Me abusaron de todas las formas posibles, estuve más de quince días inconsciente porque mi cuerpo se debilitó. Sin importar que estuviera desmayada o me estuviera desangrando, me obligaron a seguir con ellos. Fueron seis meses de vivir las cosas más terribles, han pasado años y es algo imborrable. No hay palabras y más cuando no sé cuántos pasaron por mi cuerpo porque me drogaban y no tenía fuerzas. No tenía derecho a decir nada. Tampoco tenía derecho a la menstruación porque me hacían tomar pastillas, con las que el sangrado paraba inmediatamente. En mi caso, me afectó mucho la matriz, al punto de que me salieron quistes».

La violencia sexual tiene impactos diferenciales en la vida de las mujeres, con consecuencias en las emociones, en el cuerpo y en las relaciones; efectos que se exacerban cuando esta ocurre a temprana edad. Sisma Mujer señaló que dichos impactos se extienden durante toda la vida en forma de miedo, tristeza, problemas para dormir, culpa y baja autoestima. De esta violencia también se derivan afectaciones a la salud física y reproductiva, como enfermedades de transmisión sexual, daños en el sistema reproductor, dolores y problemas en la salud general.

El acoso sexual fue una práctica reiterada, ejercida tanto por los combatientes rasos como por los comandantes.

 

 

*Apartado literal de “No es un mal menor”, uno de los tomos del informe final de la Comisión de la Verdad.

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