Luis Alfredo Ortiz Tovar
Por estas calendas se cumple un año de vigencia de los Acuerdos de Paz. Como el niño que al año, y luego de gatear, empieza a dar sus primeros pasos, este acuerdo ha tenido más reveses que pasos firmes. Pudiese ser entendible, dado que como el párvulo, va aprendiendo caída tras caída, hasta erguirse y caminar a solas. El proceso evolutivo pudiese haber sido normal, si no es porque ha sido interferido y bombardeado por iguales o más frentes que los que se daban en el escenario de la guerra. Ha sido otra confrontación, sin armas, pero con los espíritus aún armados, y caldeados, más que por argumentos válidos, por celos, intereses, y estilos de quienes piensan y creen que sólo su palabra vale, y que si no es su voluntad nada sirve.
Lo lamentable de este escenario es que nos arrastraron en la discusión y nos equivocamos, y nos hicieron equivocar, por el exceso de información y desinformación, porque en vez de pasar a la esperanza, seguimos sumidos en el fango del odio y el rencor. Tal parece que es más fácil odiar que perdonar, seguir en la oscuridad que encontrar la luz, el reencuentro que el encuentro.
A un año de este experimento por no matarnos entre los mismos, existen más preguntas que respuestas, más talanqueras que escaleras para crecer, más posibilidad de destruir que construir. Al Estado le ha sido complejo asumir sus retos resultantes de lo que acordó hacer con la insurgencia, y esta ha sido tibia en asumir algunos de sus deberes. Todo ello quizá producto de la incredulidad recíproca que cultivaron en cincuenta y más años de confrontación.
Luego de que la Corte Constitucional le diera vida jurídica al Acuerdo en el tema de la denominada Justicia Especial para la Paz, con algunos condicionamientos aprobando el Acto legislativo que la creó, la ley Estatutaria que se tramita en el congreso, ha servido para colocar en evidencia el interés por dilatar esta importante institución, sin la cual todo el andamiaje del proceso se derrumbaría, máxima si se trata de un órgano que debe constituirse en el verdadero salvavidas de las víctimas, al pretender por este medio obtener verdad, justicia y reparación en cabeza de ellas, mediante un verdadero ejercicio jurisdiccional, que conduzca a decisiones justas y oportunas, además con el gran compromiso de volver a creer en la justicia, producto de la incredulidad que ronda en el organismo jurisdiccional, por las investigaciones resultantes del denominado “Cartel de la Toga”.
En el mientras tanto, las víctimas nos siguen dando ejemplo de dignidad, esperando estoicamente saber la verdad de lo sucedido, y aceptando y reconociendo el perdón de quienes generaron horror y sufrimiento en ellas. Su dolor no puede solamente calmarse con la sentencia que condene, sino con la verdad que se infiera de investigaciones serias.