A sus 102 años Rubén González conserva intacto su carisma. Sólo lo entristece el tener que contar con un caminador para desplazarse y las promesas jamás cumplidas por el Gobierno, luego de la confrontación bélica contra Perú en la que combatió. Dicharachero y alegre, cumplirá 103 años mañana y se tomará un trago de aguardiente, de los que tanto le gustan. A sus 102 años Rubén González conserva intacto su carisma. Sólo lo entristece el tener que contar con un caminador para desplazarse y las promesas jamás cumplidas por el Gobierno, luego de la confrontación bélica contra Perú en la que combatió. Dicharachero y alegre, cumplirá 103 años mañana y se tomará un trago de aguardiente, de los que tanto le gustan. MARIO PORTILLO LA NACIÓN, NEIVA Sentado en una silla de cuero, Rubén González, excombatiente de la guerra colombo-peruana de 1932, pasa sus días mientras espera su cumpleaños 103. Aunque su memoria le falla por momentos, el hombre recuerda con nostalgia a su eterno amor Eloísa, y la época en que él fue a la guerra junto al soldado Gerardo Cándido Leguízamo. Rubén nació el 9 de septiembre de 1909 en Órganos, en el corregimiento de San Luis (Neiva). Allí vivió junto a sus padres y sus 10 hermanos. En la escuela de la zona cursó hasta Tercero de Primaria y desde muy joven trabajó en el campo. Los mejores recuerdos de sus primeros años lo trasladan a su lugar de origen. “Nací en Órganos y viví allí con mi familia. Trabajaba la tierra con mis padres y también iba a la escuela. Órganos era una planada muy bonita, lo que más recuerdo es la plaza, también que era una tierra con mucho ganado, cultivábamos maíz, plátano, yuca y hasta café, era una zona muy hermosa”, expresó el hombre. Su infancia y juventud las pasó entre San Luis, Aipecito y Chapinero, corregimientos de Neiva, en los que se desempeñaba como agricultor y donde conoció a Eloísa, su único amor y quien años más tarde sería su esposa. En 1931 fue llamado a prestar el servicio militar obligatorio. De aquella época recuerda la conmoción que generaban los acuatizajes de los hidroaviones que empezaron a llegar a la ciudad desde años atrás. “Estaba pagando servicio y recuerdo que cuando llegaban los hidroaviones era un acontecimiento en Neiva. La gente se sorprendía, eran muchas personas pendientes de eso. A mí y otros compañeros nos tocó cuidar unos hidroaviones como tres días, eran aparatos grandísimos, daban como miedo”, comentó. La guerra En 1932, unos días después de haber cumplido su servicio, fue llamado para hacer parte del frente que combatió en la guerra de 1932 contra Perú. Pasó los exámenes y tomó camino, dejando en Órganos a su querida Eloísa, con quien ya tenía amores. “Terminé de pagar servicio y a los 20 días me llamaron para la guerra contra el Perú. Fuimos llamados todos los de mi pelotón, nos examinaron y luego nos mandaron a pie para Florencia. De allí partimos en una barca hasta el Putumayo, allá nos tocó combatir”, indicó. En su paso por la guerra colombo-peruana, Rubén combatió al lado de Gerardo Cándido Leguízamo, soldado neivano que murió en la confrontación y de quien el hombre recuerda su carisma en el frente. Asimismo, tiene su propia versión de la muerte de Leguízamo. “Cándido Leguízamo era un hombre pequeño pero muy metelón, muy entregado. Era buena persona y en el frente de batalla era un hombre muy hábil. Un día íbamos caminando y Cándido iba adelante, de repente vimos a un tipo subido en un árbol que empezó a dispararnos e impactó a Cándido. Recuerdo que días antes nos habían dicho que el enemigo estaba cerca”, señaló. Promesas La guerra terminó y los combatientes regresaron a sus lugares de origen. Rubén y sus compañeros volvieron a Neiva con el honor de haber combatido por su país, pero también expectantes por las promesas realizadas por sus superiores. “Luego de que se acabó la guerra, nos regresaron. Fuimos condecorados por haber luchado por Colombia y también nos hicieron unas promesas que nunca se cumplieron”. “Nos prometieron una casa, una remuneración de 50 pesos de la época para montar un negocio y vivir de eso, así como una indemnización. Nos dieron una tarjeta en la que decía que éramos ex combatientes y que teníamos derecho a servicio de salud, pero ni lo uno ni lo otro nos benefició, porque nunca nos cumplieron”, expresó. Al regreso del Putumayo, Rubén retornó a Órganos, atrás había quedado el frente de batalla, pero se volvió a reencontrar con la guerra. “Regresé y me casé con Eloísa. Tuvimos cuatro hijos y seguí trabajando en la agricultura. Me establecí allá y luego como en 1955 la guerra se puso tremenda y nos tocó irnos para Neiva con mi mujer y mis hijos”. Luego el hombre y su familia se establecieron en Rivera (Huila), donde montaron un negocio de arepas y al paso de unos años regresaron a su finca en Órganos, pero la guerra los volvió a expulsar, esta vez para siempre. Partida En Neiva de nuevo Rubén laboró algunos años en la empresa de acueducto. En ese entonces el hombre decidió desplazarse al municipio de Acevedo, donde se hizo a un terreno y se dedicó a la siembra de café. Una vez allí el estado de salud de Eloísa se deterioró y meses después falleció. “Primero me fui solo para Acevedo en 1964, allí empecé a trabajar la tierra y después me llevé a Eloísa. Un tiempo después ella se enfermó y tocó trasladarla a Neiva, luego de seis meses falleció de cirrosis hepática, eso fue en el año 1986”. Sin su Eloísa, Rubén regresó a Acevedo y continuó con sus cultivos de café, hasta que la soledad y nuevamente la guerra lo hicieron volver a Neiva. “Un día llegó la guerrilla y se me llevó toda la cosecha de café. Decidí vender la finca y regresé a Neiva. Reuní a mis hijos y les repartí unos lotes que tenía y esta casa donde hoy vivimos”, comentó. Rubén ha sido intervenido quirúrgicamente en cinco oportunidades. En 1974 lo operaron del apéndice y a los dos años de la vesícula. Luego de que murió Eloísa, fue operado de la próstata y a los 98 años lo intervinieron por dos hernias que tenía. Hace unos años fue operado de la vista en Bogotá. En la actualidad pasa los días en su casa del barrio Santa Librada de Neiva, donde mañana acompañado de tres de sus cuatro hijos, sus seis nietos y sus ocho bisnietos, celebrará sus 103 años y toda una vida de batalla, con un brindis del trago que más le gusta y el cual todavía toma, según él, porque le quita el catarro: el aguardiente Doble Anís. Fotos Sergio Reyes Don Rubén degustando una copa de aguardiente, el trago que según él, le quita el catarro. Acompañado de sus hijos y nietos, Rubén celebrará mañana sus 103 años de vida.