Inés Cornejo Portugal, investigadora mexicana, resume algunas analogías sobre el centro comercial como nuevo espacio de relación entre los hombres: vientre femenino, signo de la Modernidad o Posmodernidad, objeto-monumento, cápsula-confort, localidad fortificada, nave espacial, templo del consumo, universo del engaño, centro de ciudad, lugar emblemático de la globalización, microciudad. Sin embargo existe consenso entre quienes desde las Ciencias Humanas investigan la apropiación que los receptores culturales realizan de él: trasciende la dimensión mercantil para situarse en la simbólica.
El centro comercial, añade, admite las metáforas de la religión y de la guerra.
La de la religión: el consumismo es la religión contemporánea, el intercambio de dinero por bienes la nueva comunión y el centro comercial la catedral del consumo.
La de la guerra: los poderosos esperan que los débiles se conviertan en consumidores, pero no tienen control sobre su voluntad. Así los centros comerciales son espacios donde la estrategia de los poderosos es más vulnerable a las incursiones tácticas de los débiles, y, dice la investigadora, las mujeres son adeptas a las guerrillas: allí son públicas, poderosas, libres y ocupan roles distintos a los de la familia nuclear. Comprar es práctica de oposición, fuente de autoestima y empoderamiento: el lugar de la mujer ya no es la cocina sino el centro comercial. En la estructura de valores del capitalismo patriarcal ganar es masculino y gastar femenino; las mujeres son consumidoras y los hombres productores.
Los centros comerciales son construcciones retóricas gigantes de la cultura capitalista que nos convierten en el tipo de consumidores que fortalecen al capitalismo; y propiedad privada con sus propias reglas de acceso, pues aunque sus alamedas, bancas y árboles les den rasgos de lugar público, no lo son. Su programación cultural no es un fin en sí mismo, es instrumental con respecto a su principal objetivo: mercantilización de experiencias de vida a través de compra de bienes y entretenimiento.
En nuestros países los centros comerciales son mundo aparte, fortaleza que impide el acceso a gran porcentaje de los ciudadanos, sitios de evasión de lo nacional y local, cambio de patrones de consumo de las clases medias y altas que los visitan y se abastecen allí.
La ciudad inventa un presente ahistórico, acultural y amnésico: el centro comercial es corazón del territorio; lugar más frecuentado y significativo en el mapa mental que el habitante se ha hecho de su localidad; mercado y ágora contemporáneos; matriz de cohesión masiva y superficie donde se fusionan mercado y actividades de relación en el mundo neoliberal globalizado.
Así las cosas, podemos reformular y extender la metáfora de Isabel Cornejo Portugal: el Neoliberalismo globalizado es el nuevo Dios; el consumismo, la nueva religión; crecimiento económico, libre comercio y globalización, la Santísima Trinidad; el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, el Vaticano; agencias y agentes publicitarios, monasterios y sacerdotes que intermedian entre la divinidad y los fieles; centros comerciales, bancos, corporaciones, empresas hipotecarias, organismos de leasing, compañías de seguros, fondos de pensiones y reguladoras financieras, catedrales; los consumidores, los fieles; la competitividad, dogma de fe; el terrorismo internacional, un enemigo fabricado; los partidos de izquierda y movimientos sociales, agentes del Mal; militarismo, guerra, desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales, terrorismo de Estado, criminalización de la protesta social, Medios maniqueos, ignorancia y apatía, El Ángel Exterminador; el socialismo, El Fin del Mundo; el mercado, El Juicio Final. Y el instante y lugar sublimes y obscenos en que el dinero posee a los hombres y a los bienes, el Paraíso.
Toda religión tiene su diablo. Aquí el demonio es una Trinidad Maligna: el pensamiento crítico, la imaginación y la identidad cultural.