De los recorridos por el departamento me queda una conclusión: las heridas cada vez más hondas y la angustia que se sedimenta en la gente como resultado de violencias políticas, delincuenciales, sociales y económicas de tantos años, le ocultan a la conciencia de las personas que hay formas de vida en las cuales resulta posible disfrutar la existencia.
Es cierto. Lo que se viene peleando en este departamento desde hace algún tiempo es la demarcación del terreno ético. La definición de lo que nuestra sociedad entiende que son los fines últimos de la vida de las personas y de su existencia como grupo, la definición de lo que se puede y no se puede hacer, y como es natural, de las características de la vida en la cual se soportan esos principios.
Crear en la comunidad sed de riqueza material ha sido una forma simplista de resolver la cuestión del éxito y del bienestar. El dinero por sí mismo no da felicidad, y mal habido trae consigo la tragedia. Por el contrario, la vida modesta pero digna que se lleva en armonía con la sociedad y que se sustenta en el trabajo y en la equidad, produce satisfacciones y sosiego.
El trabajo no sólo es fuente de lucro, también es la manera como el individuo encuentra su realización íntima y su ubicación en el seno de la comunidad. La labor de cada cual impulsa a su manera la sociedad y abre a la persona el espacio de respeto y reconocimiento que necesita para sentir suyo el progreso colectivo y el patrimonio común que se recibe de generaciones anteriores. La autoridad moral para convivir con los demás y disfrutar de los bienes colectivos no la da sino el sentido de pertenencia social que se deriva del trabajo y de la forma honesta de vivir.
Por el contrario, el dinero fácil que sólo se obtiene con el crimen, descompone el ser y el ambiente y desencadena desestabilización, corrupción y violencia. Los desajustes y estragos que arrastra el comportamiento delincuencial impiden a la persona encontrar sosiego, prever lo que puede ocurrirle hacia adelante y establecer relaciones equilibradas con los demás. El criminal es un ser desperdiciado que engendra la propia sociedad con sus injusticias, desequilibrios e imperfecciones. Educar a la población en la cultura del trabajo honrado, de la estabilidad emocional, del disfrute de las cosas elementales de la vida, de la convivencia dentro del marco de la Ley y las convenciones sociales, es empresa primordial para las próximas generaciones de colombianos.
Twitter: @sergioyounes