Una aproximación a la inspiración de ‘La vorágine’

Este 2014 se cumplen 90 años de la publicación de “La vorágine”, de José Eustasio Rivera. Un nueva valoración de la importancia de la obra cumbre del autor huilense, de manos del antropólogo Carlos Páramo en su texto “El camino hacia La vorágine: dos antropólogos tempranos y su incidencia en la obra de José Eustasio Rivera”, cuya introducción reproducimos a continuación.

“La vorágine” de José Eustasio Rivera (1924) no sólo es una de las novelas más importantes de la literatura colombiana, sino que ocupa un lugar destacado en el panorama latinoamericano como virtual fundadora del género conocido como de “literatura de la selva”.

Como antecedentes, se han señalado de manera más o menos convencional obras tales como Cumandá (1879) de Juan León Mera, Green Mansions (1904) de William Henry Hudson -interesantísimo escritor y prófugo anglo-argentino- y los relatos de Horacio Quiroga recogidos en Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1920), Anaconda (1921) y El desierto (1924).

Sin embargo, es con La vorágine que la novela selvática adquiere su carta de ciudadanía. A la vuelta de un par de décadas, los países amazo-orinoqueses producirán Toá de César Uribe Piedrahita (1933), Canaima de Rómulo Gallegos (1935), La serpiente de oro de Ciro Alegría (1935) y Sangama de Arturo Hernández (1942), eso antes de arribar a las épocas del “boom latinoamericano” con Los pasos perdidos de Alejo Carpentier (1953) o La casa verde de Mario Vargas Llosa (1966).

Simultáneamente, pero de una manera menos reconocida, La vorágine puede incluirse en el caudal fundador de las obras literarias que hicieron de pilotes para la antropología latinoamericana. Aún hoy en día persiste la asociación de esta corriente con el mundo andino y más concretamente con la causa indigenista, pero vale recordar que mucho de lo consignado por Rivera en su obra partió de su contacto directo con las selvas de la Amazonía y la Orinoquía, así como de sus entrevistas con los caucheros y demás personajes que luego hallaron cabida en la saga de Arturo Cova hacia el inframundo.

Si bien es materia de dudas hasta dónde penetró Rivera el terreno físico de su novela, si de hecho estuvo en la selva o solo en sus confines ribereños o llaneros, lo cierto es que esta detenta el agudo sentido de un etnógrafo en los orígenes de la disciplina, capaz de consignar con abrumadora cantidad de detalles la vida, el pensamiento y el sentir de los habitantes de la frontera, unidos todos por la tiranía de las empresas caucheras y una imperante fatalidad.

A este respecto, resulta importante señalar que, aparte de su experiencia personal (la cual, lo sabemos y es deducible, fue tan traumática para él como para los protagonistas de su obra), Rivera se sirvió de las fuentes impresas que tuvo a su alcance, la gran mayoría de ellas de corte denunciatorio, como Las crueldades de los peruanos en el Putumayo de Vicente Olarte Camacho (1911), El libro rojo del Putumayo (1913) y el ambicioso estudio sobre La Amazonía colombiana de su amigo Demetrio Salamanca Torres (1917), amén de artículos de prensa y documentos de archivo.

Si al caso, aventuramos que la influencia de Julio Verne pudo haber sido más fuerte de lo que se piensa –en particular ese par de poco citadas aventuras en nuestras selvas, La jangada, 800 leguas por el Amazonas (1881) y El soberbio Orinoco (1898)–, pero es casi de darse por descontado que Rivera hubiera tenido oportunidad de leer el paradigmático Heart of Darkness de Joseph Conrad (1902) –con la cual tanto gusta de compararse a La vorágine– o, para un ejemplo continental, los cuentos de Horacio Quiroga. De hecho, la correspondencia entre este último y Rivera, originada por su entusiasta saludo desde Buenos Aires a lo que él llamó la “grande epopeya” de la selva, dan a entender que el desconocimiento y la sorpresa por hallar una sensibilidad afín habían sido mutuos.

Así, pues, cualquier indicio que nos conduzca al trasfondo de la escritura de La vorágine es importante, máxime si lo que nos interesa de la obra es, no tanto su influjo literario (ya que el estilo riveriano es de un vanguardismo desconcertante y sin parangón en las letras de su época, y no hay que olvidar que el Ulises de Joyce es de sólo dos años antes), sino cómo vino a sintetizar el imaginario de Occidente sobre la selva en potentes arquetipos, a saber, la representación de la selva como infierno, cárcel, cementerio y hembra antropófaga, como espacio alterador de la realidad, como umbral iniciático del curso hacia la fatalidad.


Manuscrito original de "La vorágine" a puño y letra de José Eustasio Rivera, que reposa en la Biblioteca Nacional de Colombia.
 

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