Una vida retratando historias

Personajes, momentos, sitios históricos y gente del común, han sido fotografiados durante los últimos 50 años por José María Aya Lugo, más conocido como ‘El Chato’ en el parque Santander. Personajes, momentos, sitios históricos y gente del común, han sido fotografiados durante los últimos 50 años por José María Aya Lugo, más conocido como ‘El Chato’ en el parque Santander. LA NACIÓN se vincula a la celebración de los 400 años de Neiva con la entrega de historias que marcaron la ciudad. LA NACIÓN, NEIVA Cincuenta años viendo el mundo a través de su cámara, hacen que José María Aya Lugo sea hoy el fotógrafo con mayor experiencia en el parque Santander. Con nostalgia pasa sus días recordando los buenos tiempos, cuando no daba abasto para tomar tantas fotos, hoy escasamente hace una o a veces ninguna. chato2Pasa sus días recordando tiempos mejores, cuando en el furor de su oficio asistía a reuniones, eventos de sociedad y era bien atendido. Hoy solo quedan los recuerdos en su cabeza y algunas fotos que aún conserva. Su piel arrugada da cuenta de los años vividos, su corta visión dificulta aún más su trabajo y diario vivir, por lo que hoy esporádicamente visita el parque Santander, lugar que durante años fue su plaza, el territorio donde el dinero era contante y sonante. “Yo trabajaba de constructor con la Federación de Cafeteros, un día estaba tomándome unas cervecitas cuando llegó un fotógrafo, me pareció curioso y vi que era como bueno, en este entonces cada foto costaba 5 pesos y se cobraran dos de abono, aún eran a blanco y negro”, relató Aya. A sus 77 años y con una mente lúcida, ‘El Chato’ recuerda sus inicios en el arte. “Le dije al señor cómo funcionaba y le pedí que me enseñara, me citó para eso al día siguiente, me prestó una cámara y me llevó a trabajar con él. Pasó un tiempo y ya tomaba las fotos solo, luego me dijo que ya estaba listo para salir a trabajar”. Con un equipo prestado y muchas ganas de trabajar, Aya salió a buscar su suerte, encontrando no solo eso, sino un estilo de vida que le dio todas las satisfacciones que quiso. “Empecé a ganar platica, pensé que debía tener mi equipo propio, ahorré y compré mi primer cámara, luego una ampliadora, donde uno revelaba blanco y negro y ahí me fui cuadrando”. Con la curiosidad y ánimos propios de la edad, el joven fotógrafo quería más. “Le empecé a ayudar a don Eladio a revelar y saber como se manejaban los químicos, aprendí y empecé a viajar por todo el país”. La Guajira, Putumayo, Valle, Boyacá y Tolima, fueron algunos de sus destinos, gracias a su oficio, Aya dice que conoció el país entero.   “Me fue tan bien que llevaba cinco fotógrafos conmigo, les daba las cámaras, ellos hacían las fotos y yo revelaba, me organice bien y ganaba buen dinero”. Solo la muerte los separó Luego de su trajinada vida y de dejar un amor en cada puerto como un marinero, Aya conoció el amor de su vida y quien lo acompañaría por 50 años. “Estaba en una fiesta tomando fotos y vi una muchacha muy bonita, me gustó, la invité a tomar algo y empecé a pretenderla, ella no me fue indiferente”. Mery Cardozo fue quien robó el corazón del fotógrafo, le dio seis hijos y compartió hasta el último de sus días junto a él, hasta que el destino y Dios así lo quiso. La mujer falleció hace tres años a causa de un infarto, hecho que marcó al Chato y le robó el brillo que aún quedaba en sus ojos. Aunque Aya calcula que en su vida tuvo aproximadamente 200 novias, asegura que Mery fue su único gran amor. “Ella ya no está y a mi no se me pasa por la mente conseguir a nadie más, prefiero quedarme solo. No tengo que desear, qué mas puedo vivir, he paseado, comido, gozado, viajado…” Oficio familiar En su auge como fotógrafo, Aya logró consolidar un buen capital y reconocimiento en el medio, con lo cual instaló su propio estudio fotográfico ‘Foto Extra’.  “Tuve el negocio, me fue muy bien, tenia secretaria y varios fotógrafos trabajando, cuando salía a los pueblos me llevaba unos y los otros quedaban ahí en el estudio. En ese tiempo habían días en que me hacía 100, 60 pesos y cuando estaba más malo lo mínimo eran 50 pesos. Tomábamos unas 35, 50 o 100 fotos por día”, comentó. Aya no puede evitar hacer la comparación, de aquellos tiempos buenos no queda nada, el oficio ha desmejorado considerablemente y los fotógrafos abundan en el Santander. “Hoy en día si está muy de buenas se quema una, dos fotos. Cuando yo empecé solo habían cinco fotógrafos en el parque…hoy en día casi no cabemos”. Sin embargo y conociendo las bondades de su arte, Aya enseñó todos sus secretos a dos de sus hijos, quienes mostraron interés por el oficio. “Dos son fotógrafos, Julio y Lisandro. Yo los enseñé desde pequeños, les gustó y siguieron trabajando”. El estudio llegó a su fin, los años y nuevas tendencias hicieron lo propio. Aunque el Chato afirma que la tecnología no es de su agrado, las cámaras instantáneas hicieron aún más próspero el negocio. “Cuando salieron las cámaras instantáneas fue mejor porque uno las entregaba de una, yo compré un par y eso era una belleza, viajaba a los pueblos y me venía con el atadito de dinero, 300, 500 pesos”. Cuando las cámaras digitales se abrieron paso en el mercado, Aya no compaginó con su tecnología, por lo que se fue quedando atrás. “Esas nunca me han gustado, eso de que uno tome la foto y que déjemela ver no, eso para qué, se pierde la magia”. ‘Viví a plenitud’ Aunque con errores y aciertos, Aya acepta que ha vivido a plenitud, sin embargo piensa que pudo haber tenido una mejor vejez. Hoy vive en su residencia en el barrio Galán de Neiva, al cuidado de dos de sus hijos. “Ellos son los que ven por mi, pagan los servicios, me dan la comida y me cuidan”. A pesar de recorrer la ciudad por 77 años y presenciar sus cambios culturales y arquitectónicos, Aya solo conserva la Neiva de antes en su mente. A través de sus más de 2.000 fotos, solo se aprecia los cambios de la gente que habitaba la Neiva de esa época, vestuario, peinados, intereses, tal vez porque las fotos que más le gustaba hacer eran las sociales, aseguró. Hoy el fotógrafo descansa en la tranquilidad de su hogar con la satisfacción de haber logrado todo cuanto deseó, conservando sus recuerdos y con la firme convicción de que todo tiempo pasado fue mejor.

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