Universidad y posconflicto

En palabras de Juan Diego Castrillón Orrego, rector de la Universidad del Cauca y representante del sector académico al Consejo Nacional de Paz,  actualmente en muchas universidades del país se debaten los acuerdos y documentos generados en La Habana como insumo académico para la reflexión y el debate.
 
Luego de leer diferentes aportes al tema presentados en eventos sobre el mismo organizados por universidades públicas y privadas podríamos resumir así las preocupaciones fundamentales allí expresadas:

1. Contribuir a repensar e investigar los procesos de paz, pues es en la academia donde se propicia el debate, el diálogo y la construcción crítica, para luego entregar a la sociedad los temas del posconflicto y de la paz de una manera sencilla, en medio de la complejidad, para que la población entienda de qué se trata y así poder contribuir al debate.

2. Hacer pedagogía sobre el fin del conflicto, la construcción de la paz y el papel de los jóvenes en la construcción de un nuevo país.

3. Propiciar foros sobre participación política, desarrollo agrario integral y cultivos ilícitos, y también foros con las víctimas del conflicto para que de ellos surjan diagnósticos sobre estos temas en sus regiones y expresen sus demandas y expectativas frente a las negociaciones de paz con las FARC.

4. Analizar y transmitir cómo acoger a quienes dejen las armas garantizándoles seguridad física; cómo acabar con los grupos paramilitares hoy llamados BACRIM y cómo garantizar seguridad a la población campesina, indígena y afrocolombiana, a los comerciantes y a los empresarios; cómo trabajar en las ciudades con los jóvenes de sectores marginales; cómo educar para la tolerancia en un país profundamente intolerante.

5. Investigar sobre el impacto de la guerra en las regiones, los procesos de desmovilización y reinserción, la situación de la población desplazada, las dinámicas de recomposición de los grupos armados, las necesidades y demandas de los gobiernos locales y la participación de las comunidades en los programas vinculados al posconflicto a fin de aportar un conocimiento objetivo y verificable que sirva de guía para la definición de políticas públicas.

6. Generar conciencia de la responsabilidad de cada colombiano en la construcción de paz desde nuestra vida cotidiana, en la familia, y en las relaciones con los amigos, los colegas y los conciudadanos.

7. La convivencia universitaria en el marco del conflicto y el posconflicto en el país.

8. Convertir los acuerdos de La Habana en prácticas institucionales, en proyectos, programas y planes de desarrollo para que la paz pase de discurso a realidad transformadora, y a la construcción de un bienestar significativo para la nación.

9. El posconflicto como escenario para la construcción de opciones de vida colectivas donde sea posible la unidad desde la diferencia y donde desde manera democrática se pueda marchar hacia un proyecto de sociedad colectiva.

10. El papel de la educación, el arte y la cultura como posibilidad para crear lenguajes, sentidos, prácticas y significados alternativos a la violencia, para que generaciones enteras vivencien dinámicas sociales que logren romper el círculo vicioso de la guerra.
 
En mi opinión todas estas reflexiones expresadas en los claustros universitarios públicos y privados del país son válidas en torno al tema que nos ocupa. Sin embargo, quisiera manifestar también algunas opiniones respetuosas al respecto.
 
En ninguna de las reflexiones rastreadas encontré, por lo menos de manera explícita, un debate sobre la propiedad en el uso de la palabra “posconflicto”, entendiendo por propiedad en el uso de la lengua el que la palabra usada sea la que mejor corresponda a la idea que se quiera expresar. Pareciera como si en el evento de firmarse el documento de la paz en La Habana por arte de magia desaparecieran los conflictos. O como si el solo silenciamiento de los fusiles garantizara una paz estable y duradera. La realidad será muy distinta, pues los conflictos sociales aún no se habrán solucionado. En este sentido propongo reflexionar sobre el concepto de paz en los términos en que lo ha expresado el pensador noruego Johan Galtung, por él denominado Paz Positiva.
 
Galtung, Premio Nóbel de Paz Alternativo en el año de 1987 y premio Gandhi en 1993, empieza por establecer lo que él denomina el triángulo de la violencia, integrado por tres tipos de violencia: la violencia directa, la violencia estructural y la violencia cultural. La violencia directa, en donde se ubica la guerra, es la agresión de carácter físico, psicológico o moral; la violencia estructural, la peor de las tres, emana de los elementos constitutivos de las relaciones de poder que caracterizan el sistema conflictual y se manifiestan en la exclusión política, cultural, económica y social, que acumulan y prolongan en el tiempo prácticas abusadoras y prácticas de dominación. Por ejemplo la pobreza, el hambre, la falta de acceso a la educación o a la salud son formas de violencia estructural. La violencia cultural está constituida por un conjunto de valores, tradiciones y representaciones dirigidas a justificar las manifestaciones de la violencia directa y la violencia estructural, tales como el machismo, el racismo y la discriminación económica y social.
 
Galtung propone dos dimensiones del concepto de paz: Paz Negativa y Paz Positiva. La Paz Negativa se ha entendido tradicionalmente como la ausencia de violencia directa o guerra. Esta noción tiene su origen en la pax romana en su doble significado de imposición del orden interno y de disuasión hacia el exterior a partir del poder militar, lo que se expresó a través de la conocida máxima “Si quieres la paz, prepárate para la guerra.” Este concepto de Paz Negativa, predominante en Occidente, pone el énfasis en la ausencia de guerra, de violencia directa. La paz sería simplemente la no-guerra, consistiría en evitar los conflictos armados.
 
La Paz Positiva no es el contrario de la guerra sino la ausencia de violencia estructural, la armonía del ser humano consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. La paz no es una meta utópica, es un proceso. No supone un rechazo del conflicto, al contrario. Los conflictos hay que aprender a afrontarlos y a resolverlos de manera pacífica y justa, afirma Galtung. Se trataría, en síntesis, de garantizar a la población una vida en dignidad cimentada sobre la justicia social, la sana convivencia, la vigencia de los Derechos Humanos, la igualdad, y el establecimiento de relaciones armónicas entre el hombre y su entorno natural.
 
A partir del concepto de Paz Positiva las universidades podrían promover reflexiones en sus comunidades universitarias y fuera de ellas, es decir, con la población en general, en torno a un elemento esencial derivado del mismo: el modelo de desarrollo que necesitaríamos en Colombia una vez firmada formalmente la paz, lo cual incluye lo relativo a las relaciones que deberíamos sostener con la naturaleza.
 
Si se trata de que los colombianos tomemos conciencia de la necesidad de alcanzar una Paz Positiva, o sea, una vida en dignidad, tendremos que crear de manera participativa, democrática y organizada un modelo de desarrollo inclusivo y propio, acorde con nuestras necesidades y potencialidades, distinto al modelo neoliberal guerrerista, excluyente y depredador  de la naturaleza que nos rige. Se trataría de comenzar por exigir las reformas necesarias para terminar con la violencia estructural para así empezar también a extinguir la violencia directa y la violencia cultural. Y de que las universidades, junto con las comunidades, lideren algo que resulta también fundamental: la defensa del territorio frente a las prácticas extractivistas y de generación de energía agenciadas por las multinacionales que se han venido apropiando de nuestros recursos naturales, además de que desplazan poblaciones enteras, destruyen naturaleza y proyectos de vida, contaminan el ambiente, atentan contra las fuentes hídricas, aumentan el calentamiento global, ponen en peligro la seguridad alimentaria de la población y reprimarizan la economía en detrimento de la industria nacional.

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