El título de esta columna: “el señor del odio”, es en realidad el título de un video-juego donde hay que luchar contra un demonio llamado Mefisto El título de esta columna: “el señor del odio”, es en realidad el título de un video-juego donde hay que luchar contra un demonio llamado Mefisto, el señor del odio, hermano de Baal, señor de la destrucción, y de Diablo: señor del terror (la coincidencia poética con la vida de Uribe y lo que proyectan los espíritus que lo habitan, o la fama de sus amigos, es ironía literaria). Y hago esta analogía, porque defender a Uribe, es como ser abogado del diablo. Y hablar de Uribe para algunos, es como si les hablara de Mefistófeles, conocido desde el renacimiento europeo y cuya etimología significa “el que no ama la luz”; y quien no ama la paz, es como quien no amala luz. Pero en otros idiomas, ese mismo nombre indica “destructor y mentiroso”, es decir, lo que encarna Uribe para muchos; y más en estos días cuando soñamos con un eventual proceso de paz y Uribe es pieza clave del mismo. El personaje literario, leo en Wikipedia, representa la forma más refinada del mal, igual que Uribe para algunos. Es una figura tragicómica, igual que Uribe; un personaje que se desgasta y se derrota así mismo en sus propias teorías, igual que Uribe; que se caracteriza por tener una mente fría y de aparente lógica para atrapar sus millones de seguidores, igual que Uribe. El alemán Johann Wolfang von Goethe, escribió “La trágica historia del doctor Fausto”, donde un viejo cansado y frustrado le vende su alma a Mefistófeles a cambio de juventud, conocimientos y una bella mujer. Pues con Uribe pasó lo mismo: los colombianos después de padecer una larga guerra y muchas frustraciones por alcanzar la paz, le vendimos el alma, y le dimos ocho años de gobierno para pacificar la nación desde lo militar, pero no se pudo, y sentimos que nos engañó. Y la lección histórica es que por ese camino no es, porque los excesos de la guerra dan asco y porque la violencia genera violencia. Hoy Uribe con sus comentarios en contra de un proceso de paz negociado es un mal necesario, porque su discurso disidente pone al gobierno y a la nación a pensar en los argumentos para responderle a la gente ya la historia. Al menos este supuesto enemigo de la paz es público, y tiene argumentos. Pero hay otros más peligros por debajo de la mesa, y de esos es que tenemos que cuidarnos.