Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: -“Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.” ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» Él contestó: – «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: – «Anda, haz tú lo mismo»» (Lucas 10,25-37).
En el Evangelio de hoy podemos fijarnos en la religiosidad de los tres que vieron al herido. Para el sacerdote y el levita la religiosidad era ir al templo, participar en las ceremonias, rezar y cumplir otras normas, pero los demás no importaban. Todavía hoy somos muchos los cristianos que nos contentamos con ir al templo, rezar, cumplir ciertas normas y los demás no nos importan. Para el samaritano y para Jesús la religiosidad era, por encima de todo, hacer bien al hombre, porque todo lo que de bien o de mal hacemos al hombre se lo hacemos a Dios. Los judíos tenían la ley de no curar a los enfermos en sábado porque era para ellos día de descanso. Jesús pasaba por encima de las leyes, por eso para Él lo más importante es el bien del hombre. Jesús nos invita dirigirnos a Dios para servir mejor al hombre. Siempre hay lugar para la compasión. Un minusválido puede recibir una pensión y recibir una silla de ruedas; pero un minusválido, sin una mano que le ayude a subir las escaleras, se quedará sentado en su silla de ruedas. Los ancianos tienen todas las comodidades en una residencia, pero en esa residencia pueden morirse de tristeza.
En el mundo hay muchos caminos de Jericó. Yen esos caminos hay muchos heridos: jóvenes descontrolados y víctimas de traficantes sin conciencia, mujeres maltratadas, explotadas y engañadas por los bajos instintos, niños sin nacer amenazados de muerte, familias hundidas por bandidos que se las dan de personas honradas y andan por ahí tan campantes. ¡Hay tantas y tantas necesidades…! Y estas necesidades tenemos que verlas. El sacerdote y el levita vieron al herido y, como si no lo vieran, pasaron de largo. Encontramos en la vía accidentes de tránsito y apretamos el acelerador para no complicarnos la vida. Recuerdo el 31 de diciembre del año 2013, me quedé varado sobre la vía en Altamira, pasó el Vicario general de la diócesis, me vio y aceleró su carro. Hay necesidades que se ven, pero como si no se vieran; se quedan en los ojos sin bajar al corazón. El samaritano vio y se compadeció. Prestó los primeros auxilios, dio su tiempo y su dinero, y estaba dispuesto a hacer todo lo que hiciera falta a favor de aquel necesitado, a pesar de que los samaritanos y los judíos eran enemigos y aquel necesitado era judío. Jesús jamás hizo milagros en beneficio propio, ni siquiera en los momentos de dolor, pero los hizo en beneficio de los demás. Hablando de sus milagros, los evangelistas escriben una y otra vez: Jesús tuvo compasión, Jesús se conmovió, Jesús dijo: Me da lástima esta gente. Querido lector, la palabra prójimo significa «próximo», «cercano», «el que está al lado». Un doctor de la ley, un especialista en leyes le preguntó a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?». Y Jesús, a su vez, le hace esta pregunta: ¿Cuál de los tres fue el prójimo del herido? ¿Cuál estuvo a su lado? Contestó el doctor: «El que practicó la misericordia con él». «Anda -le dice Jesús-, haz tú lo mismo y tendrá vida».