El periodista Francisco Argüello viajó a los cayos Serrana y Quitasueño, epicentro en disputa de áreas marítimas con Nicaragua. Tras el fallo de La Haya y con un grupo de pescadores de la isla de Providencia, fueron los primeros civiles en atreverse a surcar las nuevas aguas de Nicaragua para llegar al islote colombiano. El miedo, la indignación y la zozobra rondan por la isla. Aquí su hazaña compartida a LA NACIÓN.
Amanece más temprano que de costumbre en Providencia, isla ubicada a 25 minutos de San Andrés por avión. En las calles corretean sus habitantes, como si algo extraño ocurriera. Dirigen sus pasos hacia el muelle principal donde se reúnen las embarcaciones que cruzan hacia Centroamérica en busca de peces.
Desde que se conoció el fallo de la Corte Internacional de la Haya, el pasado 19 de noviembre, que entregó 75.000 Kilómetros de mar a Nicaragua, la lancha de Bernardo Bent, concejal de Providencia por el Partido Conservador, es la primera en zarpar, vencer el temor, navegar por aguas del vecino país y comprobar qué sucede.
La desconfianza reina entre los isleños que especulan por lo que le pueda pasar al dirigente, tres pescadores y un experto buzo que se aventuran en medio de noticias confusas que apuntan a que Nicaragua ejercerá control sobre sus nuevas aguas. Algunos creen que es una locura. Nadie sabe cómo reaccionará el gobierno de Daniel Ortega si observa intrusos en su territorio marítimo.
Joe Archbold, el capitán de la lancha, prepara la pequeña embarcación, sin cubierta y de diez ocupantes: canecas con hielo, botellas, salchichas, medicinas, pilas, linternas, arpones, carnadas. “OK”, gritan los marinos indicando que todo está listo para zarpar, mientras la tripulación aborda entre la zozobra. Destino: Quitasueño, archipiélago distante 48 millas de Providencia, tres horas en lancha rápida; ocho en embarcaciones pesqueras. Atrás quedan las miradas de mujeres, niños, ancianos oscuros de la isla. Todos miran con incertidumbre.
Hacia Serrana, otro de los cayos, dos horas más lejos, es imposible partir. La Armada Nacional de Colombia no lo autoriza. Temen por la suerte de los marinos. Y la mejor manera de atajarlos es restringir la gasolina. También es una forma de controlar el tráfico de droga hacia el exterior. “Solo hay zarpe para Quitasueño, no para Serrana”, explica Archbold. “Nada qué hacer”, responde la tripulación. Sin combustible hay riesgo de naufragar en mar abierto.
Para llegar hasta Quitasueño, destino autorizado bajo la responsabilidad de los tripulantes, hay que navegar por 23 millas del ahora nuevo mar nicaragüense.
La ruta de las embarcaciones empieza en medio de una aparente calma, un arrecife coralino desde donde se alcanza a divisar tierra a sus alrededores. Dos motores Yamaha, de 20 caballos de fuerza, impulsados por gasolina, mueven la lancha que con agilidad desaparece del muelle. Las nubes oscurecen el cielo y anuncian una posible tormenta.
<br /> Bernardo Bent está al frente de un timón que exige cada vez más fuerza porque el mar esta “picado”. Daniel Gutiérrez, buzo profesional, no se despega del GPS que señala cartográficamente el destino. La embarcación se mueve desesperadamente al ritmo de las furiosas olas que por cada distancia aumentan su fuerza.</p> <br /> La velocidad alcanza las 30 millas por hora y la embarcación choca contra la marea. Parece que se partiera en dos y solo nos sostiene unos tubos metálicos que aprovechamos para agarrarnos y no dejarnos caer al vacío. “Aún estamos en mar colombiano”, indica Gutiérrez después de 30 minutos de distancia. “La marea aumenta. Ya es mar abierto”, advierten. Se pierde la señal del celular, también del radio de la pequeña embarcación. Atrás quedó un faro que señala territorio de este país. “Aquí empieza el mar de Nicaragua, según La Haya”, dicen enfadados los pescadores. Todos se observan con tristeza. “Esto era nuestro, hoy es de ellos”, replican. “Fue lo peor que nos pudo pasar. Colombia nos defraudó”, coinciden, mientras encienden nuevamente motores. Ya invaden territorio vecino. Tienen que usurpar aguas nicaragüenses para penetrar en Quitasueño. De lo contrario, imposible. El marino Edark Water grita que allí, en aguas perdidas por Colombia, se pesca el pargo rojo, el más costoso de la región. El mar es oscuro, con una profundidad incalculable.<br /> <br /> <strong>Mar abierto</strong><br /> <p style="text-align: center;"> <img class=" size-full wp-image-75533" alt="" src="http://wp.lanacion.com.co/wp-content/uploads/2013/09/images_2013_09_22_P1170544.JPG" width="448" height="201" /></p> <br /> ¿Qué indica que un pedazo de océano es colombiano y el siguiente es de Nicaragua?, pregunto. Escasamente un GPS, responde la tripulación. En el agua todo es igual, nada los diferencia. “Doce millas a la redonda de Quitasueño es de este país, lo demás, no”, responden. De momento, no ha aparecido ningún barco de la Armada Nacional de Colombia sobre la zona. Hay tranquilidad en la lancha, aunque no se despega la mirada hacia el alrededor.<br /> <br /> Mientras cruzan aguas de Nicaragua, el temor aumenta. Los marinos no dejan de mirar hacia todos lados. Les tienen miedo a los vecinos porque –dicen- algunos son piratas desesperados que sorprenden, odian a los colombianos, desaparecen su pesca, los intimidan, los amenazan y hasta los encierran en jaulas mientras intercede la cancillería. Bing Suárez, profesor marino de Providencia, avala lo dicho. Rosana Torres, administradora de la cooperativa Fish and Farm Coop, lo ratifica.<br /> <br /> No hay que temer este día del recorrido. Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, no cumple su promesa. No hay fragatas del otro país a la vista. “No confiamos en lo que diga este presidente, sus tropas siempre nos han odiado”, señala Bent.<br /> <br /> Una hora después aparece, entre la distancia, Quitasueño. No es un cayo, ni siquiera hay tierra donde pisar, son más de 60 kilómetros de longitud de aguas mansas, claras, donde saltan los peces de colores y distinto tamaño y se refugian las tortugas y langostas.<br /> <br /> “Los capitanes de embarcaciones no pueden dormir cuando cruzan por acá, si lo hacen entierran sus buques”, repite Joe Archbold. Al frente está un barco sumergido entre el agua. Quedó sepultado hace dos años. Nadie pudo desenterrarlo.<br /> <br /> Allí, Daniel Gutiérrez lanza su cuerpo hasta los cinco metros de profundidad. Y aparece con un pargo rojo de gran tamaño entre sus manos. La libra alcanza los 3 mil pesos en Providencia y ocho mil dentro del país. El negocio es pulpito. Ahora, con Nicaragua con dominio sobre el mar, todo puede cambiar.<br /> <br /> Los arpones lanzados por los tripulantes atraviesan caracoles, margaritas, pez loro y esposa vieja, entre otros. Los buzos aparecen y desaparecen con pescado entre sus manos, nadan como sirenas en el mar y en cuestión de hora y media la embarcación se llena de manjares marinos, entre ellos, la langosta. Hay más de 200 libras de peso adicional en el bote. No hay espacio para más peso.<br /> <br /> La tranquilidad se interrumpe mientras los isleños consumen enlatados, maní y salchichas. El ruido de las olas golpea con furia las ruinas de una segunda embarcación encallada, cuyos restos, cargados de sal, se resisten a desaparecer cinco años después. Los tripulantes fueron rescatados; la nave, no. Produce misterio observarlas. Nadie pudo sacarlas de allí.<br /> <br /> <strong>Temor real</strong><br /> <p style="text-align: center;"> <img class=" size-full wp-image-75534" alt="" src="http://wp.lanacion.com.co/wp-content/uploads/2013/09/images_2013_09_22_Providencia%203.JPG" width="448" height="336" /></p> <br /> Son varios los pescadores que tienen testimonio sobre los abusos de las tropas del vecino país. A Ignacio Hooker Cabeza, joven de 27 años, se le acabó la gasolina del bote y un barco pesquero con bandera de Nicaragua lo recogió y lo llevó hasta Puerto Cabezas. “Me iban a meter en unas jaulas, cuartos oscuros sin ventanas- cárceles-, pero me rebelé y no dejé”, narra. Lo liberaron 20 días después.<br /> <br /> Galvis Jacinto Brown, otro pescador de Providencia, pudo morir devorado por los tiburones. Lo venció el sueño en su canoa y despertó en mar nicaragüense. Sin remos y sin agua, aprovechaba la lluvia. Después de tres días a la deriva, fue rescatado por tropas del vecino país. Lo encarcelaron de momento, lo fastidiaron por invadir territorio ajeno y lo arrimaron donde una familia extraña, mientras investigaban quién era para poder dejarlo ir.<br /> <br /> A Álvaro García lo sorprendieron hace 20 años pescando en mar vecino. Lo capturaron, lo despojaron de su pesca y lo internaron en un cuarto frío del que logró escapar con vida. Abogados colombianos mediaron por él. Hoy está encerrado en un asilo de San Andrés islas.<br /> <br /> <strong>Piratas del Caribe</strong><br /> “El año pasado dos botes pesqueros se perdieron en altamar”, afirma el concejal Bent, quien cree que los desaparecieron piratas de Nicaragua. “A veces cobran multas de diez mil dólares”, resume Thimothy Bent, tío del concejal.<br /> <br /> Con la misma suerte no corrieron Miguel Borden (hijastro) y otro poblador más de Providencia. Pescaban en familia y algo ocurrió. Sus cuerpos jamás aparecieron. La lancha apareció baleada. Se cree que piratas nicaragüenses los asesinaron y los tiburones se los tragaron. “Por eso les tememos”, insisten los pobladores, mientras termina la jornada de seis horas de pesca y aparece en la distancia una fragata de la Armada Nacional de Colombia.<br /> <br /> “¿Pasamos o no?”, preguntan los isleños. “No llevamos nada malo; ellos nos conocen”, dicen. Y aunque no se detienen, la Armada insisten en pitos escandalosos. Es mejor detenerse. “¿Quiénes son?”, pregunta desde el buque un oficial de la Armada que no se identifica y quien parece ser el capitán.<br /> “Pescadores”, responden. “¿Cómo están? ¿De dónde vienen? – Se refería a tropas nicaragüenses-. “Nada, todo normal”, reportaron.<br /> <br /> “Tengan cuidado, estaremos vigilando en esta área. Si ven algo, informan. Estamos para servirles”, expresa el oficial desde el buque, mientras la lancha detenida se balancea sobre la intensa marea.<br /> <br /> Desde de que se produjo la sentencia, la pesca cayó en 60 por ciento en Providencia. Solo dos botes de la cooperativa Fish and Farm Coop -la más grande en la localidad-, se atreven a llegar a la zona, hoy del vecino país. De las 150 mil libras anuales que reporta la empresa, el 70 por ciento se obtiene en los cayos en líos. La Pesquera Providencia también anuncia pérdidas. “Si no nos arriesgamos, vamos a quiebra”, concluye Rudolph Hawkins, gerente. Hoy la situación económica se agudizó. Daniel Ortega y sus fragatas ya hacen presencia en la línea 82 y el presidente Juan Manuel Santos promete blindar el territorio colombiano.<br /> <br /> <p style="text-align: center;"> <img class=" size-full wp-image-75535" alt="" src="http://wp.lanacion.com.co/wp-content/uploads/2013/09/images_2013_09_22_P1170198.JPG" width="448" height="336" /></p> <br /> <br /> <br /> <p style="text-align: center;"> <span style="font-size:20px;"><strong>Galería de Imágenes ⇒ <a href="http://on.fb.me/15MVxVx"><span style="color:#ff0000;">http://on.fb.me/15MVxVx</span></a></strong></span><br /> <br />