Vuelvo y digo: el conflicto moral en los últimos treinta años ha sido brutal y sus consecuencias son cada vez más trascendentes y evidencian aquello por lo que se lucha en esta época. El conflicto, en pocas palabras, trata de la pugna por la penetración de la cultura mafiosa en nuestra sociedad. Y si me preguntan en qué va, digo que lamentablemente triunfando: es fácil saber por dónde avanza esa cultura de mafia entre nosotros. En el país y en el departamento prosperan sin mayor oposición los criterios, los modos, los valores, la mentalidad, las formas de poder, los negocios, las maneras de proceder, de hacer campaña y ejercer el Gobierno. Y asciende la visibilidad de quienes personifican esa cultura, se potencia y se venera su éxito. En ella, la razón del poder es egoísta. La motiva la sed de riqueza, pero también la pasión de mandar y mantener en vilo abusivamente el destino de los demás. El narcotráfico es una expresión de ello, pero no es la única. Ser mafioso tiene que ver con la forma de vida que suplanta al Estado, se apropia de él y se sustenta con salvajismo y ferocidad en la disposición de hacer lo “necesario”, sin escrúpulo alguno, para alcanzar fines individuales y sediciosos. Lo que se viene disputando en el Huila y en Colombia es eso: la demarcación del terreno ético de esta Nación. La definición de lo que la sociedad entiende que son fines últimos de la vida de las personas y de su existencia como grupo, la definición de lo que se puede y no se puede hacer, y como es natural, de las características del poder en el cual se soportan esos principios para garantizar su prevalencia. En esa lucha de valores y antivalores se seleccionan los dirigentes con los que las corrientes se identifican y con quienes se consolidan y extienden. Así como el narcotráfico es parte de esa cultura, también lo son paramilitares y la guerrilla, y lo que algunos, con acierto, llaman “politiquería”. Unos se soportan en sicarios, en ejércitos irregulares, en el terrorismo. Y en el dinero como instrumento eficiente para comprar conciencias y torcer las instituciones. A otros les basta en sus conductas comerciales con la famosa “malicia indígena”. Vuelvo y digo: escribo este artículo con preocupación. A veces parece ser que esta sociedad no saldrá de la larga y oscura noche en la que está, de esa brutal barbarie moral. Las elecciones siempre muestran por dónde y en qué anda nuestra sociedad. Twitter: @sergioyounes