Watergate a la criolla

Tal vez no esté tan lejos de ser verdad, lo que nuestros vecinos latinoamericanos dicen de nosotros, que somos unos “pitiyanquis”, que existe en nuestra cultura un anhelo y un deseo reprimido de parecernos al Tio Sam. Pero si así fuera (que en realidad no creo), no nos va tan bien, ya que simplemente somos demasiado criollos para renegar de nuestras raíces, y eso, no es negociable. Diría más bien que existe una admiración generalizada, y una obstinación por asemejar sus costumbres a las nuestras, ejemplo, cadenas de hamburguesas en donde no falta la “criolla” compuesta por patacón, carne, hogao, maíz tierno y chorizo en vez de tocineta, acompañada de yuca en vez de papas, o los nombres que les damos a ciertos lugares, el Bronx, manhattan, Kennedy o a las personas, usnavy, Jefferson, James. Ese desparpajo Colombiano, esa chispa que produce el maridaje colombo-gringo, y que es motivo de risas y ratos de buen humor -como cuando pedimos un “choriperro” o decimos que Barranquilla es Miami o que el parque Jaime Duque es dineylandia aunque estén lejos de serlo- se traslada al lado oscuro de la historia; porque si en vías, pib, seguridad y parques estamos lejos de alcanzar a los gringos, en escándalos y estereotipos negativos no solo los imitamos, los superamos con creces. Dicen que Pablo escobar le encantaba la película El Padrino, la cuestión es que ni todo el elenco italo-americano de la película, pueden hacerle mella a la figura macabra de “El patrón”. Pareciera que la actualidad política del país fuera otra copia “mejorada” de la versión americana. Cuando en Estados Unidos explotó el escándalo de watergate- que de forma simplista podemos resumir como un hecho histórico en donde el presidente de turno (Richard Nixon) ad portas de su reelección decide espiar a los miembros del partido opositor (republicano) que se hallaban reunidos en el hotel Watergate- casi se rasgan las vestiduras, les faltó decir ”apague y vámonos”, somos un Estado fallido, y aunque esto no sucedió, el destape conllevó a consecuencias inimaginables en nuestro país. Allá no rodó la cabeza de un secretario, de un senador, de un ministro de un mandito medio, el resultado fue nada menos que la renuncia del Presidente de los Estados Unidos. Ese día fue histórico, Nixon, mediante un discurso televisado se dirige a sus conciudadanos pronunciando la famosa frase: “no soy un torcido”, acto seguido al abordar el helicóptero que lo llevaría a un lugar donde ocultar su vergüenza, se detiene en las escaleras y hace el signo de la victoria, una vez en el aire, deja de ser Presidente, el único en renunciar a la oficina oval hasta ahora. Valiente gesto, incluso para un corrupto. ¿Similitudes?… ¡demasiadas!, claro que no me refiero a la forma en como terminó la historia, ¿Qué renuncie un presidente? ¡Jamás!, aquí ni de riesgos, ante un escándalo mejor echarle la culpa a la señora de los tintos, o a un pobre elefante que de dineros calientes nada sabe, para ser más modernos que digan que fue un hacker. Pero si hablamos de espionajes a opositores políticos (léase chuzadas en castellano chibcha), si tan solo dieran medallas de oro por eso, nadaríamos en ellas. El daño al país y a las instituciones que con sudor y sangre fueron fundadas es irreparable, aquí no existe decencia ni pundonor, aquí en resumidas cuentas nos falta lo único que debimos haber aprendido de la política americana en ese momento de la historia, las instituciones no se manchan, las decisiones políticas se toman pensando en el país y no en el beneficio personal.  

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